Vocación de familia

En Chile, más que en otros países sudamericanos como Brasil y Argentina, a los padres les gusta mucho que sus hijos sigan su misma profesión. Tanto, que según un estudio de DNA Human Capital, el 82% de los consultados quiere que trabajen en lo mismo que ellos. Y lo logran.




CUANDO SU NIETO estaba en el último año de colegio, Arturo Alessandri Rodríguez lo invitaba con frecuencia a alojar para que le ayudara a mover sus libros a una segunda biblioteca que había montado en su casa de calle República.

Más que una invitación, era una estrategia para que el adolescente se familiarizara con los libros.

Es que Arturo Alessandri Cohn (hoy de 61 años) era su único nieto hombre y su abuelo, un abogado de prestigio que había llegado a ser decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, no veía otra opción para él: seguir la tradición del bisabuelo, la propia y la del papá, Arturo Alessandri Besa.

Alessandri Cohn lo recuerda con humor. "En forma franca y persistente me decía que tenía que ser abogado. Cosa que mi papá y mi mamá nunca hicieron", recuerda con una sonrisa. "Es verdad, nunca lo hicimos", agrega Alessandri Besa detrás de su escritorio, desde donde sigue el relato de su hijo. Alguna vez, Alessandri Cohn jugó con la idea de ser doctor. Se lo comentaba a sus padres y hermanas, cuidando que ese "disparate" no llegara a oídos de su abuelo. Pero no pasaba de ser una broma. Su destino estaba marcado. "Yo era un admirador de la brillantez de mi abuelo y me apasionaba la posibilidad de trabajar con él", dice.

Tal como su abuelo hizo con él, Alessandri Cohn también puso su esperanza en que su hijo fuera abogado. No pudo ser. Felipe Arturo, el único hombre, nació con síndrome de Down y las cinco mujeres que le siguieron optaron por otras profesiones. No fue algo importante a esa altura. "Felipe me ha dado muchas más satisfacciones que si fuera abogado", dice. La posta de la abogacía la tomaron cuatro sobrinos.

Aun así, hay una reflexión que Alessandri Cohn, cuarta generación de abogados de la familia, mantiene intacta. "A uno le dicen que los hijos son prestados, pero es inevitable sentir que son la prolongación de uno".

Parece ser cierto. Aunque se grite a los cuatro vientos que los hijos pueden estudiar lo que quieran o, más políticamente correcto, lo que "los haga felices", ¿a qué padre o madre no le gustaría que su hijo siguiera sus pasos?

En Chile, de hecho, son mayoría los que así lo quieren. Un estudio de DNA Human Capital para Tendencias da cuenta de eso: al 82% de los ejecutivos (hombres y mujeres chilenos) les gustaría que sus hijos trabajen en lo mismo que ellos, pese a que el 78% reconoce que estudió lo que quería y el 81%, que trabaja en lo que le gusta.

Y esa mayoría que quiere ver a sus hijos en lo mismo supera por mucho a los progenitores de los países vecinos: sólo el 43% en Brasil y el 19% en Argentina piensa lo mismo.

Según los encuestados chilenos, las razones que sustentan el deseo de que sus hijos imiten su decisión profesional están relacionadas con la preocupación de que tengan un buen pasar. Así, por ejemplo, el 45% valora la buena proyección laboral de su profesión para que el hijo la continúe y el 36%, la buena remuneración que obtiene en ella. Más abajo, el 10% dice que espera para sus hijos un futuro similar al suyo.

Resulta bastante lógico. Estudiaron lo que querían y tuvieron carreras exitosas. Entonces, es bien probable que prefieran el camino seguro y probado para sus hijos, explica Lucas Canevaro, managing director de DNA Human Capital. Además, si no presionan para que siga lo mismo, al menos lo hacen para que elijan una profesión rentable según sus criterios, explica Beatriz Rivera, directora de Orientación del Preuniversitario Pedro de Valdivia. Y eso se ve reflejado en el estudio: el 85% de los papás espera influir en la decisión de su hijo y sólo el 60% confía en que va a tomar una buena elección por sí solo.

Ahora, en tiempos en que presenciamos una paternidad menos autoritaria, la manera de querer influir puede llegar a ser más sutil. Los papás les traspasan su experiencia. Les enseñan el know how. Los animan a aprovechar su red de contactos... Es que los tiempos han cambiado.

A sus 89 años, Luciano Bravo Silva recuerda que cuando cursaba cuarto o quinto año de humanidades, su padre, ingeniero civil de profesión, empezó a hacerle clases de matemáticas en la casa. Sentado en uno de los sillones de su living y con una chaqueta azul marina perfectamente abotonada, cuenta que repitió la fórmula con sus hijos: "Los pescaba a las seis de la mañana y les hacía clases hasta las ocho, cuando los llevaba al colegio". La dinámica rindió frutos, dice Luciano Bravo Valenzuela, su hijo (61). "Yo tenía facilidades con los números y frente a un problema matemático me sentía en mi hábitat. En cambio, no soy capaz de tomar un lápiz y dibujar una cara o una figura humana", cuenta. Luciano Bravo Mercadino (34), el nieto, también ingeniero civil, se perdió esas clases de madrugada. Para su suerte.

SOBRE TRADICION Y ORGULLO

Hasta hace algunas décadas, seguir la carrera del padre tenía un argumento irrefutable: la admiración.

Es lo que dicen los especialistas. El solo hecho de ser el papá ponía a la cabeza de la familia en un pedestal de reconocimiento y a una altura incuestionable. Pero en la medida en que pasó el tiempo, esa figura fue cediendo espacios de poder y de grandeza.

Para las generaciones con más años, la admiración fue un factor clave a la hora de elegir qué hacer en la vida. Lo fue para Jorge Carey Tagle (71), socio principal del estudio de abogados Carey y Cía., quien, de boca de sus padres, fue conociendo la trayectoria de sus dos abuelos, ambos abogados. Pese a que hoy siente mucho interés por áreas como por la siquiatría, la sicología y que cuando se retire tiene pensado ir a estudiar Historia a Cambridge -es un historiador frustrado, según propia confesión-, el Derecho estaba en sus genes. "De chico repetía que iba a ser abogado y nunca me lo cuestioné. Era obvio. Este es mi medio natural", dice.

Lo mismo ocurrió con su hermano Jaime (58), socio administrador de Carey, quien desde niño acompañaba a su padre a la oficina en calle Teatinos 220. "Lo iba a dejar en las mañanas, jugaba con la máquina de escribir y después me llevaba a ver el cambio de guardia a La Moneda", recuerda Jaime.

Los dos tienen hijos abogados: Jorge tiene a Jorge Carey Carvallo (44), vicepresidente del directorio de VTR, y Andrés (31), asociado de Carey. Y Jaime tiene a Jaime Carey Astaburuaga (27), también asociado de Carey. Los más jóvenes son la cuarta generación de Carey abogados, después de sus padres y de Guillermo y Francisco, abuelo y bisabuelo, respectivamente.

Todos siguieron el mismo camino, pero por estos días corren otros tiempos. "Hay mucha más libertad hoy y más respeto por la diversidad y para dejar que cada uno busque su propio destino. Han cambiado las generaciones", comenta Jorge (padre). "Además, la libertad de carrera era mucho más acotada en nuestra época", agrega Jaime (padre).

Es así. Hace años, las profesiones más tradicionales -ingeniería, medicina y derecho- se aprendían un poco de tanto mirar al abuelo o al papá. Se enseñaban porque aprenderlas era como un seguro para la vida. Pero la economía se desarrolló, se diversificó y hoy, por ejemplo, existen decenas de ingenierías. "El mundo laboral se diversificó mucho. Antes el abanico de posibilidades era mínimo. Hoy hay muchos trabajos nuevos, creativos, start ups. Las dinámicas cambiaron. Hoy muchos jóvenes ni siquiera miran a la figura paterna para aprender", dice Lucas Canevaro.

En la vereda opuesta, hay quienes no sólo eligen la profesión del papá, sino que, además, trabajan con él. Y es complejo llevar ese peso.

"No es fácil trabajar con el papá. Se paga un precio bastante caro porque uno pierde cierta autonomía, pero se puede sobrellevar", dice Cristián Boza Wilson (34), el tercer hijo del conocido arquitecto Cristián Boza Díaz. Como resulta evidente, es el único entre sus hermanos que se llama como su papá y, además, el único que optó por la arquitectura: tiene un hermano abogado, un médico y una artista. Trabaja en el estudio de su padre hace dos años y reconoce que no es fácil ser hijo a tiempo completo.

"Uno no trabaja sólo con él, hay un concepto de familia, de mantener cierta continuidad y a veces uno se extravía porque siente que ha perdido mucho tiempo trabajando 'para' el papá y no 'con' el papá. Pero es algo que tienes que ir trabajando y lo superas", comenta.

Para el papá, a su vez, ha sido toda una experiencia. "Comulgamos muy bien en la manera de ver la arquitectura. Y ha sido una experiencia muy buena, en lugar de influenciarlo yo a él, él lo ha hecho conmigo", dice.

De las palabras de Boza Díaz se desprende un dejo de orgullo. Un componente que aparece cuando los hijos siguen el camino de los padres, según la encuesta de DNA Human Capital. Especialmente hoy, cuando las tradiciones van a la baja.

Un ejemplo de eso, de tradición y de orgullo, son los Lira. La familia ha estado marcada por los abogados desde hace seis generaciones. El profesor de derecho minero Samuel Lira Ovalle cuenta que de niño vivía con sus hermanos Francisco, Adolfo y José Manuel (todos abogados) en un segundo piso de calle Huérfanos, que en el primer piso tenía el estudio de su padre y abuelo. "Cuando éramos niños bajábamos a verlos y cuando entramos a la universidad empezamos a acompañar a mi papá a tribunales", recuerda Lira Ovalle. Hoy la tradición la sigue Rafael Lira Salinas, hijo de Samuel Lira, mientras esperan sus nietos Agustín Lira Bezanilla y Cristina Lira Schmidt, estudiantes de derecho. "Tengo recuerdos de mi papá en la oficina de Huérfanos, pero nunca me presionó para hacerme abogado", dice Rafael Lira, quien reconoce que con su hijo siguió el mismo modelo: "Yo estaba feliz cuando él decidió hacerse abogado. Pero fue con entera libertad. De hecho, de cinco hijos sólo uno estudió derecho".

Libertad para elegir es un concepto que se repite en muchos padres, porque aunque quieren que sus hijos sigan sus pasos, están conscientes de que la elección depende de cada quien. Tal vez porque una de las lecciones más duras de la vida la aprendieron con los años: los hijos, finalmente, no les pertenecen.

"Con la madurez del tiempo, uno acepta que los hijos no son una proyección de uno mismo. Los hijos son como flechas y uno es meramente el arco, y una vez que se despegan de uno tienen que hacer su vida", dice Jorge Carey Tagle. ¿Cuesta aprender la lección? "Mucho emocionalmente, pero intelectualmente uno lo entiende. Con los años se aprende que la felicidad se lleva dentro. ¿Si mis hijos son felices haciendo esto? Yo creo que sí", concluye.

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