El "eseaene" que estremeció el recinto quillotano en el inicio del segundo tiempo pareció, más que una inyección anímica, un fuerte llamado de atención. Wanderers necesitaba despertar, porque el empate en blanco con que había terminado la primera etapa, y que duró hasta bien entrada la segunda, lo dejaba fuera de la lucha por el título. El desahogo llegó bien tarde. Y, cómo no, corrió por cuenta del goleador, del que estaba llamado a revertir todo. En los 79', Roberto Gutiérrez clavó un cabezazo inatajable para Lucas Giovini, quien hasta ahí no había tenido demasiado trabajo. El gol no hacía justicia, pero qué importa. Wanderers, sin merecimientos, conseguía los tres puntos. Y el permiso para seguir soñando. Y para definir en casa y ante los suyos. Como no pudo en 2001. Como siempre lo quiso.
El nerviosismo en Santiago Wanderers se notó desde antes que comenzara el partido. Los jugadores porteños y los de La Calera llevaban varios minutos en la cancha, pero el juez Roberto Tobar tardó dos minutos más que lo previsto en dar la orden de comenzar el partido. La ansiedad crece y la espera molesta. Pero en Valparaíso tienen paciencia. Han aguardado trece años para volver a pelear un título, después de que en 2001 consiguieran el último. Por eso, se entusiasman y aplauden el ímpetu ofensivo del equipo de Emiliano Astorga en el comienzo, pero les cambia el semblante cuando los cementeros intentan sorprenderlos de contraataque.
A Wanderers lo empujaron más de cinco mil hinchas en las tribunas del Lucio Fariña quillotano. Que perdían el habla con cada llegada de los locales, pero que recuperaban la voz cuando Jorge Luna, Gastón Cellerino y Gutiérrez insinuaban alguna participación en el juego.
Los cementeros no estaban dispuestos a ser la excusa de la fiesta porteña. Se juramentaron antes del inicio del juego y lo aplicaron apenas el balón entró en circulación. Sin el balón, la escuadra de Ariel Pereyra se agrupó para no ofrecer espacios. Cuando lo tuvo, lo distribuyó con criterio, con la guía del transandino Paulo Rosales. Incluso se animó para adelantarse y presionar sobre la defensa verde. Leandro Benegas, el buque insignia de su ataque, desperdició una ocasión clara para vencer a Mauricio Viana.
El aliento de los porteños ya no era tan sostenido. Se limitaba al sector más radical de sus aficionados. El resto miraba nervioso. Se comía las uñas. Y más aún cuando el atacante más peligroso de los caleranos estrelló un balonazo en el horizontal. La sensación se acentuó con los goles de Colo Colo y la U en el Monumental y en Chillán. Varios golpearon sus asientos.De pura impotencia. Otros soltaron los audífonos de sus receptores de radio. El equipo porteño no lograba ponerse a la altura del desafío que tenía enfrente.
La única sospecha, a esas alturas, era si se trataba de una estrategia. Los equipos de Emiliano Astorga suelen entregar la iniciativa para castigar después. Si era un plan, resultaba perfecto. Pero la desconexión entre las líneas y la escasa claridad para repartir la pelota denunciaban que lo de Wanderers estaba lejos de ser un libreto bien estudiado. Apenas un cabezazo de Cellerino, pasada la media hora, tras un tiro de esquina, inquietó a Lucas Giovini. El resto, un par de balones detenidos que tampoco generaron peligro. Y, casi al final de la primera etapa, un centro de Marco Medel, que no conectó Cellerino. Insuficiente para acallar las pifias.
Más sufrimiento.
En la segunda etapa, la tónica se repitió. La Calera se replegó y le permitió al visitante tener la pelota. Pero siguió sin darle chance de acercarse a Giovini. En alguna medida, le pagó a Astorga con la moneda que habitualmente utiliza. Y cada vez que Rosales tuvo la pelota, surgió alguna idea para llegar hasta el área de Viana.
Los minutos pasaban y del apoyo incondicional, los seguidores porteños pasaban al reproche. Algunos, al insulto frontal. Les costaba digerir lo que estaba pasando en la carpeta sintética quillotana. Hasta Jorge Luna, probablemente la revelación de la temporada, recibió retos.
El golero Viana mantenía la esperanza. En los 55', le tapó un disparo a quemarropa a Benegas que pudo significar el final de la ilusión. Wanderers seguía confundido. Desde la tribuna, le imploraban a Astorga que modifira la idea, que introdujera cambios. "Pon piernas frescas. El equipo está cansando", sugería un adepto que quería aportar. El técnico miraba, incrédulo, desde el borde del campo. Jorge Ormeño, al que ni la chapa de histórico lo salvó de los reclamos, le cedió el puesto a Pablo Tamburrini en un intento tibio por cambiar la suerte.
El aliento reapareció en la última media hora. Luna levantó los brazos un par de veces para pedir apoyo. Pero el silencio volvió cuando el volante calerano Agustín González disparó sin marca y elevó. Los hinchas caturros despertaron cuando Roberto Gutiérrez probó desde la entrada del área y falló por poco Y estallaron cuando el "Pájaro" abrió las alas para que, juntos, se ilusionaran con volar.