Es un día resplandeciente en la capital y el memorial a Martin Luther King está lleno de visitantes. Hay un anciano negro de pelo blanco en silla de ruedas, niños que escuchan las explicaciones de sus padres, mujeres negras de culos enormes y trenzas finitas y turistas con palos de selfies que esperan su turno para posar sonrientes bajo la estatua de más de nueve metros de altura. De repente se escucha un motor muy fuerte y todos miramos hacia arriba. Tres helicópteros de la Fuerza Aérea pasan sobre nuestras cabezas. Le pregunto a un guía si será Trump.
–Jaja, no. Si fuera Trump, los que ahora miran para arriba estarían abucheando.
Aunque el monumento es de piedra blanca, se siente la mirada negra del líder del Movimiento por los Derechos Civiles. Una mirada profunda. Como fue su lucha. Mirada negra. Históricamente, la mayoría de la población de Washington DC fue afroamericana, llegando a un 70 por ciento (la llamaban Chocolate City). La gentrificación ha modificado algo su composición, pero todavía es importante. Mirada negra. Como los visitantes que se sacan fotos y rodean la estatua y leen sus citas. "La oscuridad no puede deshacer la oscuridad, sólo la luz puede hacer eso. El odio no puede terminar el odio, sólo el amor puede hacerlo".
La escena ocurre muchos años después de esa lucha, cerca de la Casa Blanca, donde gobierna un presidente que no es precisamente un modelo de tolerancia.
Washington es la sede del gobierno, de la mayoría de los edificios oficiales, de las embajadas, ONG y organismos internacionales (Banco Mundial, BID, OEA, FMI, entre otros). Una ciudad chica, de menos de un millón de habitantes, a orillas del extenso río Potomac. Elegante y planificada, la construcción de la ciudad comenzó en el siglo XVIII y lleva el apellido del primer presidente de Estados Unidos, electo en 1798.
Washington es el lugar en donde se imprimen los dólares y una ciudad política en la que todo el tiempo hay señales que se leen en ese sentido. Un lugar de retórica, conspiraciones y chismes, perfecto para que exista un Museo del Espionaje. Y sí, existe y pronto tendrá una nueva sede. Sin embargo, el museo más nuevo, el que está en boca de todos, es el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, inaugurado a fines del año pasado. Si bien es un proyecto anterior, fue una de las últimas obras de gobierno de Obama y lo inauguró antes de irse. Es una mole de hierro plantada a metros del obelisco (Washington Monument).
Cuatro pisos que comienzan en el sótano, en un ambiente de penumbra, donde apenas se ve. Ahí se conocen los horrores que sufrió la raza negra desde el momento en que los hombres africanos esclavizados se transformaron en el primer commodity en el intercambio entre Europa, Estados Unidos y África. Miles de barcos cargados de cautivos cruzaban el Atlántico hacia "América". Como era tan difícil rebelarse, muchos preferían tirarse al océano plagado de tiburones. Esto sucedió hace 500 años, a partir de 1600, duró más de 200 y dejó cicatrices en un pueblo y en un continente. En ese contexto se creó Estados Unidos, forjada por la esclavitud y por un concepto nuevo que creció en las plantaciones: la libertad.
A medida que se sube en el museo, aparece la luz y la efervescencia y luminosidad de la cultura negra. La música, la actuación, los cómicos, los políticos con el triunfo electoral de Barak Obama como punto culminante.
Igual que la mayoría de los museos de Washington, este también pertenece a la Smithsonian Institution y es gratuito. Pero hay una diferencia: como la demanda de entradas es tal, es necesario reservarla anticipadamente por internet.
Lamentablemente, desde la apertura del museo se han encontrado tres horcas (la última hace dos meses) en distintas galerías. El director declaró que el episodio es un símbolo de extrema violencia para los afroamericanos y un recordatorio de la discriminación y los desafíos que todavía deben afrontar.
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Smithsonian Institution, National Museum of African American History and Culture Architectural Photrography[/caption]
"Tengo un sueño"
El Memorial de Martin Luther King se inauguró hace unos años, en 2011. Está frente al reservorio Tidal Basin, donde ahora dos chicas pasean en un cisne-bote, y a pocos metros del Memorial de Lincoln. Allí, el líder negro pronunció su célebre discurso: "Tengo un sueño", el 28 de agosto de 1963 en La Marcha de Washington por el trabajo y la libertad.
El Memorial de Lincoln, un templo clásico rodeado de columnas al que se llega después de muchos escalones, alberga en el interior la estatua sentada del presidente. Lincoln firmó el documento que proclamaba la emancipación de los esclavos. Con él comenzó un cambio de mentalidad que tardó muchas décadas en asentarse, y todavía falta.
Escaleras abajo reparo en un manifestante con anteojos espejados. Sostiene un cartel con un texto larguísimo donde explica (sic) por qué Trump es un tonto. Lo que está escrito de puño y letra con marcador azul tiene que ver con el anuncio del presidente de retirarse del Acuerdo de París sobre Cambio Climático. Los turistas le sacan fotos, él permanece inmutable como una estatua viviente que propaga su mensaje.
En esta parte de la ciudad, Washington parece un parque temático de espacios verdes, memoriales, monumentos y museos, todo al alcance de la vista. Para llegar al obelisco hay que caminar a orillas de la Reflecting Pool, un kilómetro aproximadamente. Ayer vi una foto en blanco y negro del día del discurso de Martin Luther King, justamente en este sitio. No había un centímetro libre: fueron más de 250 mil personas que pedían libertad. Cinco años después de ese discurso lo asesinaron.
La muerte del líder abrió un capítulo nefasto en la ciudad. Inmediatamente se desató una rebelión negra. Hacia 1950 la población era mayormente afroamericana (fue la primera ciudad de Estados Unidos con mayoría negra). Hubo disturbios con incendios tan grandes que dicen que hasta tres años después se sentía el olor a humo. Cientos de negros fueron presos, había desempleo y no mucho tiempo después comenzaron los años de la cocaína y el crack. El centro era un lugar peligroso al que era mejor no ir. En los 90 arrancó la construcción del metro y Washington DC parecía una ciudad detonada. Recién con el cambio de milenio la comunidad se recuperó de los años duros.
El sabio de Anacostia
En las afueras de la ciudad, el barrio de Anacostia (estado de Maryland) es antiguo y negro. Tiene casas bajas con galería adelante y el río Anacostia con senderos y parques. Desde hace varias décadas la mayoría de la población es afroamericana. En las últimas décadas de 1800, Frederick Douglass, conocido como "El sabio de Anacostia", vivía por acá. Nació esclavo y luego de varios intentos fallidos, a los veinte años logró escapar de la plantación y se refugió en Nueva York.
Después de la Guerra de Secesión se mudó a Washington donde vivió sus últimos 17 años. Douglass escribió, fundó periódicos y viajó para dar conferencias en asambleas abolicionistas del país y el exterior. Aprendió a leer y enseñó a leer a otros esclavos. Fue uno de los intelectuales de la época. Se reunió con el presidente Lincoln por el tratamiento de los esclavos durante la Guerra Civil y, años más tarde, con el presidente Andrew Johnson por el voto negro.
Rodeada de magnolias, su preciosa casa de dos plantas en Cedar Hill es un museo donde se cuenta su historia de coraje sin límites. Cuando murió su primera mujer, Douglass se volvió a casar con Helen Pitts, una mujer blanca, feminista y 20 años menor. Para la época, antes de 1900, otro acto de valentía. El próximo año se cumplen 200 de su nacimiento y habrá agenda especial en la casa y los museos de Anacostia.
Clases de historia en Ben's Chili Bowl
"La historia de la cultura afroamericana es larga, corajuda y a veces triste", dice Bernard Demeczuk, historiador del restaurante Ben's Chili Bowl, mucho más que un lugar para comer salchichas, un verdadero centro de la comunidad negra. Tal es así que por lo menos una vez por semestre el historiador lleva a su curso a Ben's y da la clase ahí. En Ben's comió el Dr. King, como lo llaman acá, y el día en que apareció Obama sin avisar, poco antes de asumir en 2008, fue memorable. De repente, la seguridad clausuró la calle y cinco minutos después abrió la puerta Obama. "Creo que después de eso di entrevistas a todos los países del mundo", dice Nizam Ben Ali, el propietario, hijo del hombre que un día decidió ponerle picante (chili) a las tradicionales salchichas asadas. Obama comió el clásico half smoked y pagó con un billete de 20 dólares que está enmarcado.
"Es simple: Si quieres entender la historia americana estudia la historia negra y si quieres entender la historia negra, estudia la cultura negra", agrega el historiador que en pocas palabras y con mucha claridad repasa hechos desde 1862, año de la emancipación de los esclavos, hasta hoy que Washington figura entre las ciudades más deseables del país.
Sarkozy y Carla Bruni, el futbolista Danny Simpson y Bono, ¿quién no fue a Ben's? Otro aficionado del local donde se asan salchichas de la mañana a la noche, era el famoso comediante Bill Crosby, que en los últimos años ha enfrentado diversas acusaciones por abuso sexual. A un costado de Ben's hay un callejón recientemente pintado con grafitis de iconos de la cultura negra. Se hizo una votación en Facebook para ver quiénes irían: Obama y Michelle ganaron un espacio protagónico. También hay varios personajes del gogo, un ritmo que nació en Washington y si bien no cruzó muchas fronteras (ni siquiera estatales), por acá todavía se escucha.
El barrio de Ben's se llama Shaw. En la zona está la Howard University (le dicen la Black Harvard) y el Howard Theatre, el primer teatro donde pudieron actuar los afroamericanos. Frente al teatro, una estatua de Duke Ellington, el compositor, pianista y referente del jazz que nació en Washington. No muy lejos, en el otro teatro, el Ford, donde fue asesinado Abraham Lincoln en medio de una obra, en 1865.
A un par de cuadras se puede visitar el museo que conmemora a los soldados negros –alrededor de 200 mil– que participaron en la sangrienta Guerra Civil entre el Norte y el Sur. Para muchos, Shaw es la meca negra de Estados Unidos, más incluso que los barrios negros de Nueva York y que Treme, en Nueva Orleans.
En el camino de vuelta hacia el hotel paso por un barrio residencial. En varios jardines, como si fuera una decoración política, veo un cartel que dice: No me importa de dónde eres, me gusta que seas mi vecino. Primero en español, abajo en inglés y por último en árabe. Me cuentan que lo instalaron en muchas casas después del triunfo de Trump.