Las obsesiones de Yayoi Kusama (1929) parten y terminan en círculos de colores. Círculos que inundan sus cuadros al óleo, esculturas de tela, instalaciones de espejos y su propia ropa. La artista de 86 años, la más importante de Japón, ha construido un universo inconfundible y único, que ahora se despliega en Chile, en la muestra Obsesión infinita, que abre sus puertas hoy en el Centro de las Artes (CA) 660 y que reúne más de 100 obras, producidas entre 1950 y 2013.
Organizada por el Instituto Tomie Othake de Brasil, la exposición ya se presentó con éxito en Argentina y México, donde el público quedó prendado por el carácter lúdico e interactivo de su trabajo.
Hace cuatro años, una gran retrospectiva de Kusama aterrizó en el Centro Pompidou de París y al año siguiente en la Tate Gallery de Londres: ahora la muestra que recorre Sudamérica, recoge parte de las obras seleccionadas por los curadores Philip Larrat-Smith y Frances Morris, expertos en la obra de la japonesa. Aunque hay una menor cantidad de piezas, también existen varias inéditas, como los cuadros de grandes dimensiones que Kusama ha pintado en los últimos dos años: a pesar de su avanzada edad, la artista se caracteriza por tener una producción sin límites. "Todos los días me creo nuevos mundos, haciendo obras de arte. Me levanto temprano en la mañana y me quedo hasta tarde en la noche, a veces hasta las 3 am, sólo para pintar. Estoy luchando por mi vida y no tomo ningún descanso. Mi imaginación es infinita. Puedo pintar directamente sin ningún diseño y nunca sufrí de una escasez de ideas. Esta creatividad es mi gran esperanza de vivir", ha dicho la artista, que en 1977, y por voluntad propia, se internó en el Hospital Seiwa para Enfermos Mentales, donde ha vivido el resto de su vida.
Lo cierto es que desde niña ha sufrido de alucinaciones, que se han convertido en el motor de su trabajo, al mismo tiempo que el arte le ha servido para apaciguar sus traumas y demonios. "La gente suele preguntarse por la locura que domina la mente de Yayoi, pero la realidad es que ella mantiene su condición mental en completo control. Ella es una artista muy atenta, lee los diarios, escucha las noticias y sabe perfectamente lo que pasa en el mundo", explicó ayer a La Tercera el curador Philip Larrat-Smith.
En los años 50, Yayoi Kusama comenzó a trabajar los conceptos que se convertirían en sus sellos artísticos: la repetición, las manchas y el infinito. Su primera serie a gran escala fue Redes infinitas, un entretejido de lunares que aludía a sus alucinaciones, para luego, a inicios de los 60 trabajar con objetos cotidianos, como zapatos y sillas que recubrió de protuberancias fálicas. En 1963 realizó su primera instalación, una habitación recubierta con espejos y pelotas de colores de neón, dispuestas a diferentes alturas del espectador, que iluminadas y reflejadas en las paredes creaban una sensación de infinitud.
La obra, titulada Infinity mirror room -Filled with the brilliance of life, y que ya ha sido montada varias veces en las últimas décadas, es sin duda una de las grandes atracciones de la muestra de Kusama en Chile. Al igual que I'm here, but nothing, la recreación de un living comedor a oscuras, pero plagado de puntos fluorescentes; y la instalación Infinity mirror room - Phalli's field (or floor show), otro cuarto espejado, con el suelo tapizado de protuberancias forradas de tela blanca y lunares rojos.
Arte pop
De los elementos más repetitivos en la obra de Kusama están los puntos. Ella misma ha dado una explicación, que tiene que ver nuevamente con su condición mental. "Cuanto tenía seis años experimenté un estado de obsesión infinita. Entonces pinté el mismo motivo interminablemente. Cuando pintaba encontraba el mismo patrón en el cielo raso, escaleras y ventanas, como si estuviera en todos lados. Entonces me acerqué y quise tocarlos, pero comenzaron a subir por mi brazo también. Fue horrible, pero ahora casi ha terminado", le contó Yayoi en una entrevista al curador Philip Larret-Smith.
La exposición Obsesión infinita recorre la obra de la artista enfatizando justamente la evolución de su trabajo. La primera sala reúne obra en papel, dibujos que van revelando de forma discreta sus inquietudes. Luego, la siguiente sala exhibe sus esculturas de zapatos fálicos y un cuadro compuesto por una seguidilla de billetes falsos, que recuerdan a las series de dólares de Andy Warhol. Esta sección justamente hace alusión a la vida de Kusama en Nueva York, cuando se encumbró como una de las pioneras de pop art. Al igual que el creador de The Factory, la japonesa también utilizó objetos cotidianos e hizo guiños a la cultura popular para incorporarlos en el arte.
Dominación Kusama
Entre 1957 y 1972, la artista se dio a conocer como una agitadora irreverente, que realizaba happenings políticos, como el del Puente de Brooklyn, donde un puñado de personas desnudas y con lunares pintados en su piel protestó con pancartas en contra de la Guerra de Vietnam, También defendió la causa homosexual, abriendo su propio club social gay llamado Kusama Omophile Kompany. Todas estas acciones se despliegan en la exposición a través de fotografías, videos y recortes de prensa.
Eso sí, a pesar de estas controvertidas obras, la artista ha cofesado su rechazo a las relaciones íntimas: pese a que estuvo años ligada emocionalmente al artista Joseph Cornell, ellos nunca sostuvieron relaciones sexuales, según contó. "El miedo al sexo ocupa un lugar preponderante en el arte de Kusama y ella ha hablado con frecuencia de su miedo a la penetración. Esto se refiere a su primera infancia y la difícil relación que tuvo con su padre, que estaba encerrado en un matrimonio profundamente infeliz con su madre y que tuvo numerosas aventuras", explica la otra curadora, Frances Morris.
En Nueva York, Kusama encontró la fama. Fue portada de periódicos, daba múltiples entrevistas e incluso creó su propia línea de ropa y accesorios de diseño, que se vendieron en cientos de boutiques en EE.UU. Sin embargo, en 1973, luego que su enfermedad se agravó, la artista volvió a Japón, donde tuvo que construir desde cero su reputación. Hoy disfruta estar de nuevo en la cima de la escena artística, convertida en un ícono. "A ella le interesa mucho ser reconocida, necesita la validación social de su obra. Está muy consciente de que es un personaje, y maneja con bastante habilidad su imagen pública. Le hemos contado de toda la expectación que su obra causa en Sudamérica y está feliz por eso. Ella aspira a dominar el mundo con su obra", concluye Larratt-Smith.