Yo, Bielsa

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Quizás el mayor legado del entrenador argentino en Chile fue el que dejó en quienes lo miraban como un ícono, un ejemplo a seguir. La obsesividad, el respeto y la vocación de ir siempre al frente marcaron a una generación de aficionados que hasta hoy no lo olvida. Ésta es la historia de uno de ellos: un joven DT de La Montura, San Miguel, que de la mano de las enseñanzas de Bielsa logró coronar al Santa Fe tras diez años de sequía. Así fue su travesía siguiendo el método del Loco.




―No lo suspenda, profe, no pasa nada. Sigamos jugando.

Un puñado de jugadores le rogaba al árbitro que reconsiderara su decisión. No entendían por qué el colegiado detuvo el compromiso. El tipo, nervioso, pedía calma. Un poco más allá, el técnico del Club Deportivo Santa Fe, sin embargo, estaba sacado. Iba y venía en su área técnica imaginaria. Se metía a la cancha, puteaba al aire, le gritaba al juez y volvía. La escena se repitió un par de veces. Pedía que se reanudara el juego y, además, una compensación.

Claro, las imágenes que grabó su ayudante desde el costado de la cancha mostraban cómo minutos antes, su conjunto, de celeste, había logrado hilvanar una clara chance de gol: recuperación, pase filtrado del 18 y oportunidad para el wing izquierdo. Pero el pitazo del árbitro diluyó todo. De pronto, un tipo de rojo irrumpió en la cancha de La Montura. Corría, desesperado. Tras él, invadía el campo de juego un sujeto tirando balazos al aire, sin importarle nada ni nadie.

Por unos segundos el video se detuvo, al igual que el cotejo que sostenían Santa Fe de San Miguel y El Esfuerzo. El asistente del DT estaba nervioso, preguntaba qué hacer con la grabación. Nadie sabía qué iba a pasar. Excepto los de celeste, convencidos de que el partido debía reanudarse.

—Lo único que quería el equipo era que no se parara el partido. Estábamos atacando, intensos –recuerda Leonardo Riquelme, por entonces el enganche de Santa Fe.

20 minutos más tarde, lograron su objetivo: el pitazo anunciaba el reinicio de un duelo que en cualquier otra cancha habría sido suspendido.

El fútbol en San Miguel había cambiado. La Montura seguía siendo esa cancha imposible en la que alguna vez jugaron Miguel Ángel Gamboa, el "Gringo" Nef y el "Huevito" Valencia. Aún predominaba el juego brusco, también las individualidades. Pero ahora había un equipo que intentaba ser un verdadero equipo, convencido de que jugar en cancha de tierra no era pichanguear. Estudiaban a sus rivales, grababan sus partidos y se juntaban a discutir para mejorar. Crearon códigos inéditos para el barrio.

Era lo que el entrenador había prometido diez años antes. En 2004, cuando jugaba en la segunda del Santa Fe, decidió dejarlo. Tenía un carácter muy fuerte y se había cansado de pelear con los mayores que bajaban de primera a segunda quitándole el puesto a sus compañeros más jóvenes. Abandonó el cuadro del que era hincha, pero aseguró que volvería para ser técnico y extirpar las vacas sagradas.

Su redebut, ahora con el buzo, al costado de la cancha que lo vio jugar de niño, se produjo el 18 de marzo del 2012. Amistoso contra Brasilia.

Wilfredo Leyton, Don Lito como lo apodan cariñosamente, presidente del club, se encargó de sellar el acuerdo. Bastó un diálogo cortito, semanas antes, mientras Santa Fe jugaba en la cancha de Huasco. Desde entonces, el entrenador asumió la conducción de "La Celeste".

—Dentro de La Montura yo nunca vi algo que se haya realizado de esa manera. Es decir, esto es un club amateur, un club de barrio. Nosotros pateamos piedras, como se dice. Y el fútbol de aquí es bravo, pero él impuso su disciplina. Y todos le temían: era un equipo muy bien formado.

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Son cerca de las cuatro de la mañana de un día de invierno del 2002 y en la parte superior de un camarote un niño de 14 años no puede dormir. Son tres en esa pieza, la mitad de una mediagua separada por una cortina. Al otro lado, duermen sus padres. De cinco personas, sólo él despierto. La luz de televisor lo transporta a más de 10 mil kilómetros de distancia, a otro continente donde, en ese minuto, un país distinto al suyo se juega la vida.

—Soy un especialista en fracasos —diría alguna vez Marcelo Bielsa, para luego explicar que era en esas instancias cuando los hombres aprendían. El niño, entonces, no conoce ni esa frase ni quién es Marcelo Bielsa: lo aprendería después. En medio de la noche, lo que sabe es esto: un equipo que juega, para él, un partido perfecto y, pese a eso, empata y queda fuera del mundial. Argentina 1, Suecia 1, diría el marcador, el peor fracaso del entrenador que hablaba de los fracasos.

El niño crecería a joven, fanático del fútbol y, dentro del fútbol, de Bielsa. Se emocionó con la simple portada anunciando su arribo a la selección chilena en 2007. Dos años después, le redactaría una carta, iría a Juan Pinto Durán y se la entregaría a Humberto Suazo para que él se la diera al DT. No hubo respuesta de la misiva. Tal vez no importaba.

Ese niño era quien ese marzo de 2012, diez años después del día en que conoció a Bielsa, tomaba las riendas del club de su infancia para jugar a ser un Loco.

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Compromiso, disciplina y ataque fue el librito que escogió para conducir a sus dirigidos en San Miguel. Difícil de sustentar en un fútbol distinto, carente de leyes, mañoso. Pero el entrenador estaba seguro de poder convencer, cambiar la mentalidad de esos jugadores que se presentaban con la idea de replicar el caño que habían visto en un video el domingo pasado.

Mateo, meticuloso, preocupado de todos los detalles, como lo definían sus futbolistas, el tipo se curtió imitando a otro obsesivo: Marcelo Bielsa. Estudiaba a sus equipos y sus métodos, disfrutaba de sus anécdotas, lo leía y memorizaba sus charlas.

Precisamente, de una conferencia que brindó el rosarino en Valparaíso el 2009, extrajo las diferencias entre la formación silvestre y la que se induce a través de programas de entrenamiento, conceptos clave en su proceso.

Juan Díaz jugó durante todo el período, desde 2012, y se transformó en uno de sus hombres de mayor confianza, el que lo acompañaba a espiar a sus rivales y con el que luego se tomaba una cerveza en el Bar Berri, mientras discutían cómo debía formar el equipo el fin de semana.

—Me parecía que se lo comió el personaje, pero en el fondo estaba bien. Había un proceso. Siempre que llegaba un nuevo jugador, primero tenía que ir a ver el equipo, luego grabar los partidos. De repente llegaban jugadores que eran buenos, pero se agarraban a combos y los echaba cagando.

No transaba en sus convicciones y, principalmente, en los códigos de conducta que impuso. Era muy estricto con ese tema. Rodrigo Manqueñir, ex cadete de Unión Española y arquero titular desde el segundo semestre de 2012 lo sufrió.

—Yo llegué tarde al clásico con Santos. Di las explicaciones pertinentes, porque era tanto el compromiso que era como fallarle a la polola, y me marginó un par de partidos. Pero era algo que yo compartía. Y aun así seguía apoyando al equipo desde afuera.

Creo haber sido el jugador que más jugué, porque otros estaban suspendidos —recuerda Juan— Suspendió a nuestra figura tres meses por una indisciplina súper hueona: puteó a su ayudante. ¿Y quién tiene ayudante en el barrio?

De entrada, los resultados no acompañaron. Costaba afianzar la idea, replicar el estilo de Bielsa en La Montura. Varios de los que se integraban, acostumbrados a otro trato, abandonaban. No les gustaba la disciplina. Tampoco el personaje del entrenador.

—Muchos decían: esto no va a funcionar, esto es barrio. Le restaban importancia a lo que nos enseñaba –asegura Rodrigo.

Los que se quedaron, sin embargo, confiaban plenamente en su proyecto. Bajo su tutela, cumplían un poco el sueño de niños: se sentían profesionales. Cada martes, esperaban ansiosos el link que el tipo les mandaba con las imágenes del partido pasado. El viernes estaban listos para comentar los errores que habían observado y qué quedaba por mejorar.

Alejandro Toledo jugó toda su vida al fútbol. Siempre, desde el colegio, como lateral. Pero el entrenador no estaba de acuerdo con su posición, estaba convencido de que era delantero.

—Me mandaba videos de Batistuta. Y conversábamos los dos, me decía: mira lo que hace, cómo se mueve sin la pelota. Era bien meticuloso, la verdad. Y en un partido hice dos goles. Antes, me dijo: Pelao, en este partido vai a tener cuatro ocasiones de gol y vai a hacer dos. Y así pasó. Ahí le compré todo. Dije: si este loco me pide que me pare de cabeza en la mitad de la cancha, lo voy a hacer porque una idea tiene detrás.

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La del 2014 fue la mejor temporada del Club Deportivo Santa Fe en diez años. Las horas de grabación, edición y estudio vieron por fin sus resultados. El equipo, tras dos años juntos, era como una familia. Jugaba de memoria y, por momentos, lograba acercarse a lo que pretendía el Bielsa chico de San Miguel: un fútbol directo, muy físico, que doblaba su presencia en las bandas y sometía a su rival en base a la presión.

—Encontrar una forma de juego. Eso, creo yo, fue lo más destacable. Teníamos un estilo súper definido –dice Juan, zaguero en la campaña del 2014– De repente me di cuenta que jugábamos la raja. Había jugadas en que nos dábamos 15 pases, que para el barrio es mucho.

El 21 de diciembre, la promesa del DT se tradujo en la obtención del título. El primero del club desde 2004. A falta de dos fechas para el cierre de la Liga ARCA, un empate 1 a 1 en el clásico ante Santos les bastó a los de celeste para dar la vuelta olímpica.

—Lo que yo percibí es que estábamos todos convencidos que ésta era nuestra oportunidad. Habíamos estado cerca el año anterior y me daba la sensación de que todos sabíamos que podíamos ser campeones. Estaba la convicción del equipo –cuenta Gonzalo Sandoval, aguerrido defensor y capitán durante gran parte de la campaña.

Para Rodrigo, quien en la actualidad sigue siendo el dueño del pórtico de Santa Fe, es un recuerdo muy simbólico.

—Fue hermoso. Un sacrificio en conjunto. Todos trabajamos para el mismo objetivo y logramos una sinergia en que se juntaron muchos factores. Lo disfrutamos mucho, nos celebraron en la sede del club. Fue un representante del alcalde, nos entregaron las medallas. La guinda de la torta.

Esa tarde, la cancha de La Montura vio al entrenador de Santa Fe, Gabriel, montado sobre los hombros de su portero, gritando, desbordado, a la tribuna.

Como lo hiciera Bielsa frente a los hinchas de Newell's Old Boys el 22 de diciembre de 1990.

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