Histórico

"Yo sobreviví al cáncer"

Es uno de los peores diagnósticos. El que ninguna de estas seis personas pensó escuchar alguna vez. Pero les tocó enfrentarlo y en ese empeño lograron doblarle la mano al cáncer. <br>

Alejandro Moya (54)
"Mantener el sentido del humor fue clave"
 
Me acuerdo que en 1984 la palabra cáncer era mucho más dura que hoy: sentí que todo se acababa y que me habían dictado una sentencia de muerte inapelable. Tenía apenas 28 años cuando el doctor me dijo que tenía un cáncer testicular. Mi primer pensamiento fue para mis dos hijos y mi mujer, que todavía estaba en la universidad.
Sentí miedo, mucho miedo. Luego incertidumbre, rabia y la típica pregunta de "por qué a mí". No sabía si comentarlo con mi familia o guardármelo, y opté por manejarlo con total discreción, al menos, hasta tener una confirmación del pronóstico.

No dije nada hasta después de mi primera operación. Sólo mi padre sabía la verdad. Tras la operación comenzaron las sesiones de radioterapia y las sospechas de mi señora. Yo elegía las primeras horas para no toparme con otros enfermos -que uno veía que tenían cara de estar muriendo- y regresaba a las dos de la tarde totalmente desgastado, directo a dormir. "Qué pasa", me preguntó ella, alterada por mi comportamiento fuera de lo normal. Se lo conté todo y ella se enojó, pero a partir de ahí el apoyo de mi familia fue fundamental.

Uno de mis recuerdos más terribles es el de la radioterapia: suena un timbre y salen todos corriendo de la sala para no exponerse. Es un lapso breve, pero choca quedarte ahí cuando todos arrancan. El doctor bromeaba con que yo estaba soportando varios "Hiroshima"... Mantener el sentido del humor fue clave.
 
Así me pasé los siguientes cinco años, en tratamiento. Después me dieron de alta y comenzaron los exámenes periódicos para prevenir la reaparición: primero trimestrales, luego semestrales y anuales... durante 20 años... hasta que me detectaron un carcinoma, otro tipo de cáncer.
 
Regresaron los miedos de antes, pero esta vez puse en práctica dos cambios fundamentales: le conté de inmediato a mi familia y decidí acudir a terapias alternativas. Fue en esa búsqueda que supe que un asesor del Dalai Lama venía a Chile y me las arreglé para conocerlo. Durante seis meses me enseñó a meditar y después hice de esto una práctica común en mi vida. Durante esos dos años no necesité de ningún medicamento, pero luego tuve una recaída. Desde entonces, sigo un tratamiento hormonal que me permitió controlar la enfermedad por segunda vez.


Belnamina Rosales(73)
"Finalmente llegó el día en que el tumor desapareció"

Es lo más terrible que le puede pasar a una persona. Fue en 1986, yo tenía 52 años y me hice un examen de rutina de Papanicolau. Ahí me enteré de que tenía un cáncer cervicouterino.

Había tenido algunas molestias previas, pero no sospeché que se trataba de una enfermedad tan seria como esta. Y mi situación en esos momentos era bastante complicada: soy madre de ocho hijos y en ese tiempo los criaba sola. La primera impresión fue que toda la vida se me venía abajo; uno piensa que se va a morir y que no hay remedio alguno que pueda revertir la situación. Más todavía en esa época, cuando los pronósticos de supervivencia para una enfermedad como el cáncer no eran tan buenos como hoy. A eso hay que sumar que mi cáncer estaba en etapa avanzada.
 
Mi vida cotidiana se desarmó: tenía mucho miedo todo el tiempo, masticaba y no podía tragar la comida, me resultaba imposible comer y en las noches prácticamente no dormía. Y a todo eso hay que agregar que no puedes contarle a toda tu familia por lo que estás pasando, menos a los hijos más chicos.... Sólo les conté a mis dos hijas mayores y estuvieron todo el tiempo apoyándome.

Pero pese a eso, la mayor parte del tiempo sufría callada y lloraba sola, cuando estaba en la calle o en la micro, para que el resto de mis hijos no se diera cuenta de la situación.

De ahí en adelante fueron tres años de lucha contra el cáncer, probando todos los tratamientos existentes hasta ese momento; con una sensación de angustia que iba y venía. Siempre mantuve la esperanza, pero todo se venía al suelo cuando veía que gente que había conocido en los tratamientos, fallecía. Eso, de verdad, era muy duro de enfrentar.

Recibí apoyo sicológico de la Corporación Nacional del Cáncer (Conac) y seguí adelante, con tratamientos que en ocasiones resultaban muy dolorosos, como, por ejemplo,  uno en el que usaban nitrógeno... Hasta que, me acuerdo, justo antes de la Navidad, el doctor me anunció que tuviera paciencia, que era muy probable que pronto me diera buenas noticias. Poco después de eso, finalmente llegó el día en que el tumor desapareció. Desde entonces no he tenido ninguna recaída de esa enfermedad.


Daniel Mendez(25)
"Hoy tengo ganas de hacer cosas hasta que la vida dure"

Al saber el diagnóstico, me pregunté '¿por qué a mí?', y más que pena o rabia, sentí culpa, porque pensaba que algo malo había hecho para que me pasara esto. Me diagnosticaron cáncer en junio de 2003, cuando tenía 18 años, a raíz de un tumor de cinco por tres centímetros en el testículo derecho. No había antecedentes de cáncer en mi familia, así es que la noticia fue una sorpresa... Fui al médico por un dolor en la pierna y me operaron inmediatamente de cáncer.
 
Fue muy impactante: ni siquiera había terminado el primer semestre de universidad; tenía expectativas profesionales y un montón de planes, y de un momento a otro todo eso se derrumbó y comprendí que tenía que dejar mi vida de lado, internarme y dedicarle tiempo a salir adelante.
 
En ese período me di cuenta de que hay dos tipos de cáncer: uno físico y otro sicológico, y que los dos van de la mano. Si te dejas llevar por el sicológico, estás muerto, no tienes forma de salir adelante. Por eso, el equipo que me atendió se enfocó en mantener mi ánimo arriba mientras soportaba una terapia muy dura: tenía las piernas moradas y ya no me podía los brazos por todas las drogas que me inyectaban y, además, las cosas que ves son súper dolorosas.
Hice terapia con niños menores que yo que estaban desahuciados. Murió gente en ese tiempo, sobre todo personas mayores que estaban en etapa terminal... Mientras yo iba a quimioterapia para salvarme, otros iban para mantenerse vivos.
 
Con el tiempo entendí que el cáncer es una cuestión fortuita, que le puede pasar a todo el mundo, y aprendí muchas cosas: a pesar de que me extirparon un testículo y de que eso puede dificultar que tenga hijos, estoy tranquilo, porque sé que hay otras opciones. Si pudiera elegir entre tener cáncer y no tener, elegiría tener, al menos por cómo se dieron las cosas para mí, porque es increíble cómo te realizas cuando lo superas, cómo creces, cómo maduras, cómo después tienes más ánimo para todo.
 
Hoy tengo ganas de hacer cosas hasta que la vida dure. Uno siempre tiene miedo de que la enfermedad pueda volver. Siempre. Eso no se te quita. Pero no puedes estar todo el tiempo pensando que te vas a morir, porque te volverías loco.


Maritza Cisternas(31)
"Miro el calendario para saber cuánto tiempo llevo viva"

A los 25 años estaba embarazada y feliz, hasta que me detecté un porotito en la mama izquierda. Me asusté porque mi madre (50) y una hermana (33) habían muerto el año 2000 de cáncer de mama, así es que partí rápido al consultorio de Renca, donde me atendía, pero no le dieron importancia. Como  me quedé preocupada comencé a buscar qué hacer y así fue que llegué donde el doctor Aliro Neira, que de inmediato se preocupó de mi caso: en dos semanas fui analizada por el comité de mama del Hospital San Juan de Dios. Al poco tiempo, me extirparon el nódulo que tenía dos centímetros... La biopsia dio cáncer.

Pensé que me iba a morir, como le pasó a mi mamá y a mi hermana... No quería hacerme nada. Tenía rabia con la matrona del consultorio, que me hizo perder meses valiosos antes de comenzar a tratarme el cáncer. A mis amigas, aunque las veía, nunca les conté. Y mi marido, bueno… los hombres son más fríos: "¡Ah!, tienes que operarte", me dijo.

Los médicos, entonces, decidieron adelantar el nacimiento de mi hijo. Poco tiempo después, en mayo de 2005, me saqué parte de la mama y me extirparon varios ganglios: el cáncer resultó ser invasivo y muy agresivo. De hecho, me hicieron un test genético que mostraba que tenía una mutación llamada Brca2, que poseen algunas familias y que aumenta el riesgo de desarrollar este tumor. Me hice quimioterapia por casi un año y luego me irradiaron la zona operada. Todo gracias a varias amistades, porque yo no tenía cómo hacerlo.

En ese momento, el doctor Fernando Gómez, que venía llegando del extranjero, me propuso una medida extrema que pudiera salvar mi vida y eliminar el peligro de mis genes. Después de pensarlo mucho, en enero de 2008, me sacaron las dos mamas, para prevenir una recaída. Me las reconstruyeron inmediatamente con implantes, todo gratis gracias a que lo hice a través de exponer mi caso en el programa de televisión Cirugía de cuerpo y alma.
Actualmente, voy a exámenes de control y me siento bien, además, pienso que tomé la decisión correcta. Y siempre miro el calendario, para saber cuánto tiempo llevo viva.


Iria Peña(52)
"Hago vida normal, bailo tango, hago ejercicio"

A mis 47 años, casada y con dos hijos, me sentía en mi mejor momento. En eso estaba cuando una amiga  me comentó que quería ponerse implantes mamarios y le aconsejé que antes, al menos, se hiciera una mamografía. Yo soy muy ordenada y todos los años en junio, cerca de mi cumpleaños, me hacía un chequeo completo que incluía una mamografía. Era el mes de abril y, para acompañarla, adelanté mi chequeo.

Cuando fui a buscar el examen, lo abrí y leí el resultado: cáncer de mama derecha, ramificado a ganglios... Para mí fue un terremoto grado 8, pero lo fue más para mi familia. De hecho, ese día mi hija pasó a buscarme en auto y cuando íbamos andando le pasé el examen: "Estoy fregada", le dije. Ella vio el resultado y se puso a llorar.
 
Antes de operarme la mama, me mandaron a hacer una serie de exámenes y cuando fui a buscar los resultados el terremoto era aún mayor. Nuevamente abrí un sobre y lo leí: tenía un cáncer infiltrante en el riñón izquierdo y había una metástasis en la costilla izquierda. Mi marido que es médico me acompañaba ese día pero, en ese momento, estaba haciendo unos trámites. Cuando llegó y le mostré los resultados, los lanzó muy lejos. Fue un golpe muy duro para todos, tanto que tuve que ser el sostén de mi familia.

El 31 de mayo del 2004, fue mi gran día: 12 horas seguidas en un pabellón de la Clínica Alemana para que me sacaran la mitad de la mama derecha y todos los ganglios posibles, extirparan mi riñón izquierdo y también la sexta costilla izquierda. Fue un equipo humano gigante.

De ahí me hice ocho ciclos de quimioterapia y luego 36 de radioterapia. Y después de un año, el equipo de la clínica me despidió con mucho cariño y todos me dijeron "no te queremos ver más por acá". No tengo mutaciones genéticas ni tengo antecedentes familiares. Esto sigue siendo un golpe duro, pero es importante saber enfrentarlo, tener una actitud positiva. Hoy trabajo en una fundación que ayuda a pacientes con cáncer.

Hago una vida normal, bailo tango, hago ejercicio. Pero me preocupa la tremenda diferencia que hay entre mi caso, que pude estar en una excelente clínica privada, y el de quienes tienen que acudir a un hospital público.


Laura Oyanedel(56)
"Me siento muy agradecida de estar viva"

El 2001 me diagnosticaron cáncer a la tiroides con compromiso de toda la garganta. Un año después, me operaron y a esas alturas ya era un cáncer terminal: al salir del pabellón el médico llamó a mis familiares y les dijo que me quedaban siete meses de vida. Yo no podía creerlo. Mis hijas tenían recién 10 y 13 años. No podía dejarlas solas.

Ahí recién comenzó todo. Tuve que someterme a quimioterapia y radioterapia durante años y conseguir un lugar en el que quedarme en los períodos de radiaciones, porque en mi casa no podía: mis hijas eran demasiado chicas para verme así... Las terapias eran muy fuertes. Al principio me recetaron una radiación de 100 cGy por año, pero ante la incertidumbre, le rogué al doctor que me la aumentara: "Por favor, no puedo morirme, ¿quién va a cuidar a mis hijas?", le dije. Fue ahí cuando me dieron radiaciones de 150 cGy, que son las más altas. Entre eso y la quimioterapia, ya no podía más, tanto, que llegué a pesar 49 kilos.

En ese tiempo, muchas veces pensé en morir, pero no me preocupaba por mí, sino por mis hijas. Y por mi marido. El entró en una depresión y no le daba importancia a mi situación: "No te puedes morir, porque no sé qué hacer con las niñas", me decía. Y yo sentía una desesperación tremenda, porque veía cómo ellas estaban viviendo muy mal el proceso.

Me acuerdo que cuando la radiación que recibía ya no era tan peligrosa, volvía a la casa y me quedaba en una pieza que me había preparado mi marido. Las niñitas me miraban por la ventana y a mí no me quedaba otra que sonreírles, a pesar del dolor que sentía.

Recién en el 2006 partí viviendo otra vez. Subí de peso y comencé a sentirme mejor, a pesar de los muchos problemas económicos con los que quedamos por culpa de la enfermedad. Pero las cosas volvieron a cambiar. Mi marido murió en un accidente de tránsito y fue ahí, de verdad, cuando tuve que recuperarme de golpe, porque debía hacerme cargo del buque yo sola, sin plata, sin trabajo, con medicamentos que comprar.
Pero a pesar de todo, me siento muy agradecida de estar viva, porque estoy al lado de mis hijas. Porque, ¿si yo no estuviera, quién se haría cargo de ellas?

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