Pensaba que podía ser un documental: encendió la cámara y le preguntó a algunos amigos sobre sus bibliotecas. Hizo anotaciones sistemáticas y aparentemente sin importancia en su diario de vida, que no es lo mismo que el "diario sobre diarios" en el que trabaja. Dejó de fumar. Prácticamente tiene listo el guión de una película que él mismo quiere dirigir. Se le ocurrió una idea para serie de televisión, que llama Poeta chileno. Escribió poemas largos. Dio una conferencia sobre escribir a mano versus en el computador. Empezó una novela. Volvió a fumar. Entre todos esos proyectos entrecruzados y todavía ni cerca de llegar al final, Alejandro Zambra terminó uno: se llama Mis documentos y es su primer libro de cuentos.
Recién salido de imprenta, el volumen está formado por 11 relatos que en conjunto, quizás, sean el trabajo más "contundente" de Zambra a la fecha. "Es una impresión mía. No tengo como justificarla", dice. Podría ser: Mis documentos pareciera poder contener miniaturas como Bonsái (2006), textos conjeturales como La vida privada de los árboles (2007) y relatos generacionales como Formas de volver a casa (2011). Acá, igual que en esas novelas, también hay amores rotos atravesados por la experiencia literaria. Acá puede que haya algo más: los hombres solitarios y vacilantes, a veces traicioneros y cobardes, que protagonizan los cuentos podrían hilar un retrato íntimo de la clase media chilena que nació en los 80.
El libro, que en enero se publica en España, será lanzado el martes 5 de diciembre en la Biblioteca Nicanor Parra de la UDP, a las 19.30 hrs. No habrá más lecturas que las de Zambra. Habrá música: Colombina Parra y Leo Quinteros empuñarán la guitarra. Al día siguiente, el escritor viajará a Holanda para recibir el Premio Príncipe Claus 2013, al conjunto de su obra. Que no se dude: traducido al francés, inglés, italiano, alemán, francés, etc., Zambra es el autor más internacional de su generación. También, dicen afuera y acá, uno de los mejores escritores locales: "Soy uno de los mejores 5.000 escritores chilenos de mi generación, de eso no hay duda", prefiere.
En Mis documentos, Zambra cuenta historias de niños en Maipú, de jóvenes que por amor cruzan el Pacífico para que les rompan el corazón, de padres que no pueden entender a sus hijos, de computadores que llevan el pulso de una pareja, de escolares dejando de ser niños en el Instituto Nacional. Y en uno de los mejores momentos del libro, cuenta la historia de un impostor: Martín se hace pasar por otro, inventa fracasos familiares, inventa una vida completa y se deja llevar por una relación amorosa falsa. El cuento se llama Vida de familia y es el que tiene tentado a Zambra a convertirse en cineasta: "No sé cuándo ni cómo, pero sé que quiero hacer una película a partir de ese relato", dice.
En el opuesto de esa ficción, Zambra da el testimonio de algo parecido a una derrota en Yo fumaba tan bien: "Soy alguien que ya no sabe ni siquiera si va a seguir escribiendo, porque escribía para fumar y ya no fuma", anota durante un tratamiento para dejar el cigarro. El texto viene casi directamente del diario de vida que lleva el escritor desde 2008, un depósito íntimo y literario.
"De algún modo todo sale de ahí, pero más que un cuaderno de notas literarias es un diario de vida, sin más pretensiones que la de registrar lo que va pasando", cuenta. "Pero no tiene valor alguno. Si supiera que me voy a morir pronto, lo primero que haría sería quemarlo, porque no tiene ningún interés real. Cumple una función que necesito para escribir otras cosas, para vivir, pero no tiene sentido más allá de mí", añade.
En Mis documentos vuelves a la infancia y a los 80. ¿Qué te ha llevado a recuperar esa época ligada a la dictadura? ¿Tienes la ambición de hacer un relato generacional?
Mi única ambición es la de formular algunas experiencias con precisión, sin idealismos retroactivos, sin moralina. Cuando empecé a escribir, me negaba a las resonancias generacionales de mis textos. Me resistía sobre todo a nivel de discurso, porque siempre me molestó cuando los escritores decían "yo represento tal o cual cosa", el "yo vengo a hablar por vuestra boca muerta" nerudiano. En Formas de volver a casa, sin embargo, había una dimensión generacional evidente, que entró a la novela, que se convirtió en tema de la novela. Me interesó que esa posible dimensión generacional fuera parte de los problemas que enfrenta el libro, ligado a la legitimidad de la experiencia, a la "legalidad" del recuerdo, como dice Benjamín.
En varios cuentos escribes en primera persona y es fácil imaginar que en ellos estás hablando tú. ¿Están tus experiencias en este libro?
Claro, son experiencias, algunas reales, otras imaginarias. Recuerdos míos y recuerdos de amigos. Todos los textos son en alguna medida, autobiográficos. Todos y ninguno. Que se trate de mi vida o no, la verdad no interesa, porque nada de lo que sucede en mis relatos o en mis novelas es espectacular. Lo importante es que le haya sucedido también a otras personas.
"La clase media es un problema si se quiere escribir literatura latinoamericana", se lee en el relato Hacer memoria. ¿Tu escribes literatura latinoamericana?
Escribo literatura, nada más. Es impresionante como afuera siguen dominando esas expectativas sobre el trabajo de los escritores latinoamericanos. Da un poco de risa. Recuerdo que alguien que leyó La vida privada de los árboles en inglés decía que le encantaba el libro, pero reclamaba que estaba mal clasificado, porque no era "literatura latinoamericana". Claro, sí que soy un escritor latinoamericano, por supuesto que sí, a condición de que no la entendamos como un género o como una fatalidad o como una camisa de fuerza. Por lo demás, la literatura latinoamericana me parece muchísimo más vital e interesante y arriesgada que, por ejemplo, la literatura estadounidense.
Sobre la clase media, ¿ha intentado deliberadamente en Mis documentos y en tus novelas anteriores hablar de su intimidad?
No tengo intenciones tan claramente formuladas a la hora de comenzar un texto. Por eso me suena casi siempre farsante eso de retratar a una generación, algo por lo demás muy gringo. Me gusta más la idea de que inevitablemente representas algo, incluso contra tu voluntad; esa idea me interesa muchísimo. Algo así como la originalidad fatal de la que hablaba Borges. Si lo digo así: quiero retratar la intimidad de la clase media chilena, no estaría mintiendo, pero tampoco diría la verdad. No sé muy bien lo que quiero hacer. Me importa, sobre todo, el tono. Creo que todo se juega en el tono, pero no me preguntes qué quiero decir, porque no tengo idea.
Tuviste una nueva sesión de hipnosis para dejar el cigarro, ¿verdad? ¿Sigues fumando?
Yo fumaba muy bien.