Un día llegó a sus manos una fotografía de Sara Nieto y Rodolfo Castellanos para la puesta en escena de Espartaco, y lo primero que se le vino a la cabeza fue si acaso era el mismo personaje que Kirk Douglas había interpretado en la famosa cinta de 1960. Por entonces, el joven puntarenense Rodrigo Guzmán daba sus primeros e inseguros pasos en un mundo ajeno al suyo: su padre había sido parte de la Fuerza Aérea, y en su casa se veían casi solo películas de guerra. Rambo fue y sigue siendo su favorita. "Mi camino iba por ahí. Quería estar en el Ejército, irme a combatir a la selva. Incluso, cuando chico tuve una guaripola", recuerda hoy, a sus 37 años. Pero esa antigua imagen del ballet Espartaco, sin embargo, lo hizo olvidar esa vaga idea suya de que todos los bailarines iban por la vida de tutú y puntillas. Pensó, entonces, que convertirse en uno le permitiría jugar a ser otros. Y así fue.
Con 17 años dejó su tierra natal para venirse a la capital, en 1997. Por esos días se anotó en la Escuela de Ballet del Teatro Municipal de Santiago, y al cabo de dos años fue contratado por el coreógrafo Iván Nagy como aspirante del cuerpo de baile. A los seis meses, todo un tiempo récord para un novato como él, fue promovido al elenco estable. Y si hay algo que Guzmán hoy tiene claro, es que de una u otra forma se salió con la suya: desde su primera aparición, notables personajes han recaído en sus espaldas, desde Lankadem (El corsario), Basilio (Don Quijote) y Albrecht (Giselle), hasta Sigfrido (El lago de los cisnes), Franz (Coppélia), Pinkerton (Madama Butterfly) y El Elegido (La consagración de la primavera).
Fue en 2004 cuando la directora Marcia Haydée lo ascendió al pedestal del primer bailarín. Ese mismo año, ella creó para él el rol de Escamillo el Torero en su versión de Carmen, y desde entonces su carrera ha ido en un maratónico ascenso: en 2006 ganó el Altazor por su papel de Petruchio en La fierecilla domada, con el que además hizo su debut en el Teatro Opera de Buenos Aires, junto a Julio Bocca y Alessandra Ferri. Ese año recibió también el Premio del Círculo de Críticos por su interpretación de Carabosse en La Bella durmiente, dirigido por el coreógrafo Richard Cragun, y volvió a brillar un año más tarde como Mercutio en la versión de Romeo y Julieta de John Cranko, al igual que en 30 & Tr3s Horas Bar, la pieza musical de Los Tres en una coreografía de Eduardo Yedro.
Pero de todos los personajes en los que le ha tocado sumergirse, el "más significativo, por su complejidad, esfuerzo físico y reconocimiento profesional", cree, es el de Zorba, el griego, la pieza del bailarín y coreógrafo estadounidense Lorca Massine estrenada el 6 de agosto de 1988 en la Arena de Verona, que regresa al Municipal de Santiago.
Inspirado en la novela Alexis Zorba (1946) del griego Nikos Kazantzakis, el rol protagónico de este ballet recayó en Guzmán en 2013, cuando el propio Massine -quien calificó su interpretación como "El mejor Zorba de la historia"- trajo una versión local a cargo del Ballet de Santiago. Tal fue la ovación de la crítica y de sus pares, que su actuación en el mismo montaje marcó un precedente en la vida de Guzmán y de la historia de la danza en Chile: ese año, terminada la temporada, fue nombrado Primer Bailarín Estrella de la compañía, el primer chileno en conseguirlo.
El sentido de la danza
Ayer al mediodía, en el frontis del Teatro Municipal, donde Zorba, el griego volverá en una breve temporada entre hoy y mañana, el bailarín protagonizó una multitudinaria intervención junto a otros intérpretes con la reconocida composición musical de Mikis Theodorakis de fondo. "Además de convidar al público, quisimos hacer un alto en su rutina y hacerlo parte de un momento único y curioso, como es bailar un lunes en mitad de la calle y mostrarles esta sirtaki -la danza popular griega- que, aun cuando fue adaptada al ballet, rescata esos orígenes de los que varios nos enamoramos por su inagotable y luminoso mensaje", dice.
Ambientada en un antiguo poblado cercano a Atenas, la historia narra la llegada de un turista norteamericano llamado John (interpretado alternadamente por Simón Hidalgo y Emmanuel Vásquez), quien anhela como pocos infiltrarse en las festividades tradicionales del lugar. En eso se enamora de Marina (Andreza Randisek y Natalia Berríos Randisek), una joven griega cortejada por Manolios (José Manuel Ghiso), un muchacho que siempre la ha amado en silencio. Pronto, la hostilidad hacia John comienza a crecer cada vez más al interior de la comunidad, hasta que Zorba, un hombre libre y quien dice no pertenecer a ningún lugar, le ofrece su amistad y le enseña el verdadero significado de la danza como una experiencia única y liberadora.
"Lo bello de esta historia es que tiene mucho que ver con la de quienes nos dedicamos a esto", dice Guzmán. "Vemos en la danza no solo un trabajo, sino la posibilidad de perdernos en el movimiento, y danzar por danzar para llegar a otros estados. Por eso creo que esta pieza es una verdadera inyección de optimismo en un tiempo más que necesario, y el público agradece que así sea", añade quien en 2014, invitado por el mismo coreógrafo, debutó sobre el escenario del Teatro San Carlos de Nápoles en el mismo rol. El ballet en dos actos siguió su gira por Brasil, donde se presentó en Porto Alegre, Curitiba, Bello Horizonte, Río de Janeiro y Sao Paulo, y luego por Bogotá, Colombia.
"A mí, que me gusta crear y dar vida a tantos personajes como me sea posible, cuando me propusieron este rol me vi en un aprieto, pues no conocía mucho del folclor griego ni de la historia en la que Massine se había inspirado para crear esta pieza. De hecho, vi mucho antes la premiada película con Anthony Queen -ganadora de tres Oscar en 1964- antes de leer la novela de Kazantzakis. En ese sentido, mi primer roce con el papel fue completamente distinto a los anteriores -dice-: Fue como partir de cero".