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"Si algún constituyente lee esto, permítame darle un consejo: antes de preguntarse qué quiere para Chile, pregúntese qué es lo que ha funcionado en el mundo y en la historia".
Kurt Gödel fue uno de los grandes matemáticos del siglo veinte, y para muchos el más importante lógico desde Aristóteles. Con su amigo Albert Einstein compartía largas caminatas por el hermoso campus de la Universidad de Princeton debatiendo asuntos que habitan el límite de lo que es pensable: ¿Existe el tiempo? ¿Qué es el infinito? Esos asuntos. Einstein confesaría que la única razón por la que en esa etapa final de su carrera todavía iba al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton era para tener el privilegio de caminar con Gödel.
Como parte de su aplicación para la ciudadanía norteamericana, Gödel decidió estudiar algo bastante más mundano: la Constitución de los Estados Unidos. Obra que deriva de la Declaración de Independencia, y por lo tanto directa e indirectamente fue construida por cerebros del calibre de Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, James Madison y Thomas Paine. En fin, las grandes figuras americanas de la ilustración. Gödel, sin embargo, habría descubierto en ella algo que lo inquietó muchísimo: un limbo jurídico que podía llevar a su país adoptivo a convertirse, constitucionalmente, en una dictadura. Si bien nunca explicitó la naturaleza de la inconsistencia, hoy muchos creen que ella estaría en el artículo quinto de la Constitución. Este artículo establece que la constitución podrá ser enmendada siempre que dos tercios de ambas cámaras así lo determinen. Ese quórum por lo tanto podía modificar cualquier artículo de la Constitución, incluido el ya mencionado artículo quinto, llevándolo en una espiral de modificaciones muy graduales en un principio (“aprobables” por graduales) a radicales al final (“aprobables” porque requieren menor quórum), pudiendo convertir los dos tercios en una simple mayoría. Que una mayoría de tanto en tanto apoye a un tirano obviamente no era un misterio para Gödel (y espero que para usted tampoco), quien tuvo que abandonar Austria por su cercanía y amistad con judíos del Círculo de Viena. Cuando el juez que evaluó su aplicación a la ciudadanía americana le preguntó por Austria, Gödel respondió: fue una república, pero la Constitución era tal que finalmente pudo ser cambiada para acomodar a un dictador.
Mi capacidad lógica es mucho más limitada que la de Gödel, de más está decir, pero no tanto para pasar por alto la discusión ilógica que vimos esta semana. Más allá de conveniencias circunstanciales, ¿qué garantía da un quórum de 2/3 cuando una mayoría simple de convencionales puede decidir que no es válido? La misma que cualquier quórum imaginario que esté pasando en estos momentos por su cabeza: ninguna.
Los dos tercios están en la democracia más antigua y exitosa del mundo por una muy buena razón. Que no es coartar la expresión democrática de la sociedad, sino que lo contrario: cuidar y permitir que esa expresión democrática se desarrolle en el tiempo. ¿Matemáticamente, qué diferencia existiría entre el Estado y el Gobierno si aquellos aspectos que los definen (una constitución al primero y un presidente al segundo) son determinados por un circunstancial 50% más uno? Ninguna, veo yo. Es más, una mayoría simple tanto para definir los temas de Estado como los de Gobierno nos puede llevar perfectamente a dos resultados posibles, ninguno deseable: (1) un Estado que cambia como lo hace un Gobierno, (2) un Gobierno que se eterniza como lo hace un Estado.
Si algún constituyente lee esto, permítame darle un consejo: antes de preguntarse qué quiere para Chile, pregúntese qué es lo que ha funcionado en el mundo y en la historia. Mire las constituciones que han dado estabilidad y permitido el desarrollo de sus países, y dentro de las alternativas que funcionan, proponga la suya. Copiar lo bueno siempre debiera ser motivo de orgullo, casi de grandeza cuando aceptamos nuestras limitaciones.
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