396 síntomas de fracasos del sistema educativo en Chile
Esta columna fue escrito en conjunto con Enrique Baleriola, Doctor en Persona y Sociedad de la Universidad Autónoma de Barcelona e Investigador del Centro de Investigación para la Educación Inclusiva.
El 12 de diciembre la Agencia de Calidad de la Educación entregó los resultados 2018 de las categorías de desempeño en las que se ubican las escuelas y los liceos de Chile. Esta clasificación la realiza en base al cumplimiento de estándares de aprendizaje (medidos por Simce) y a otros "indicadores de calidad", según el mandato de la Ley 20.529.
"Calidad" es la palabra clave que define la acción de la agencia y la responsabilidad del Estado. Pero ¿qué entendemos por calidad? Tal como indica la propia Ley, si bien se pueden considerar indicadores de desempeño en diversas áreas, la ponderación de los estándares de aprendizaje –establecidos mediante la aplicación del Simce– no debe ser menor al 67% del total del puntaje con el cual se calculan los niveles de desempeño. Con ello, establece un norte claro para las escuelas y liceos de Chile: el Simce.
Estudios nacionales e internacionales han demostrado que la orientación hacia el logro de niveles de aprendizaje medidos por instrumentos estandarizados, no solo afecta el proceso educativo en contextos de mayor vulnerabilidad, sino que tiende a dañar a la escuela y a expulsar a las familias y estudiantes del sistema educativo.
Esta medición estandarizada se instala en un momento puntual dentro de lo que es el devenir de un establecimiento y del proceso educativo. Se instala sobre unos alumnos con una historia, con condiciones personales, y un contexto familiar y económico único que no logran ser considerados por el instrumento. Esto tiene consecuencias remarcables e incluso irreversibles como el cierre de sus escuelas y la creciente deserción estudiantil.
El informe de la agencia muestra un mayor número de escuelas clasificadas como de desempeño alto y medio, es decir escuelas que consiguieron que sus estudiantes rindieran en una prueba estandarizada de la forma esperada, independientemente de su contexto económico, histórico y social, como también de sus necesidades como escuela y como estudiantes. Es decir, lograron un entrenamiento adecuado para el desempeño esperado.
A la vez, y por los mismos motivos, el informe nos da cuenta de 396 escuelas con potencial de ser cerradas si no mejoran su puntaje Simce el próximo año. En estos momentos en que ustedes leen esta columna, la agencia debiese estar dando cumplimiento al artículo 30 de la misma Ley, redactando la carta en la cual le informan a cada apoderado que su estudiante está en una escuela que podría ser cerrada. Carta en la cual le informan de 30 establecimientos subvencionados a los cuales puede cambiar a su hijo o pupilo. Es muy probable que esos 30 establecimientos sean particulares. Los datos de la agencia muestran, que en su mayoría, los establecimientos clasificados como insuficientes por tercera vez son municipalizados y atienden a la población más vulnerable en Chile.
Estudios en Inglaterra y Estados Unidos han indicado que, en contextos de alta vulnerabilidad, la escuela/liceo que se orienta a resultados de aprendizaje, suele perder de vista tareas fundamentales vinculadas a la acogida y la permanencia de estudiantes. En una revisión de más de 100 estudios empíricos en Estados Unidos –publicada en la prestigiosa Review of Research in Education por Judith Warren Little y Lora Bartlett– se demostró que para estas escuelas, y estos profesores situados en contextos de pobreza, vulnerabilidad y desprotección, el principal trabajo consiste en conseguir el milagro de que sus estudiantes vuelvan cada día al aula. Todo indica que para la política educativa chilena esto no es calidad educativa.
Hoy estamos frente a 396 síntomas de fracaso. Fracaso al evaluar qué es una escuela "buena". Fracaso al comprender qué necesitan esos alumnos para formar una sociedad madura, crítica y adaptada a los retos del Chile del futuro. Fracaso al entender, dialogar y reflexionar acerca de qué es la educación en nuestro país. Si de verdad queremos establecer qué es una escuela buena, un estudiante bien formado, una educación de calidad, no podemos reducirlo a un número Simce y a una escuela que se orienta a entrenar a los estudiantes para estos números.
Los datos muestran que desde la implementación de la Ley SEP (de Subvención Escolar Preferencial) –que aumenta la rendición de cuentas en función de puntajes Simce en las escuelas más vulnerables–, se ha producido una creciente expulsión de estos estudiantes del sistema educativo. Este mismo año el Ministerio de Educación mostraba las altas cifras de deserción del sistema educativo concentrada en los niveles más pobres.
No podemos dejar a los estudiantes de 396 escuelas sin posibilidades, sueños ni refugio. Sin compromiso, recuerdos y compañías. Todo lo que el Simce no tiene en cuenta y que nuestra la deficiente definición de calidad que se ha decidido. Pero miremos el lado positivo: si bien todo síntoma indica una enfermedad también es una señal de que algo puede ser revertido. Hoy esa es nuestra responsabilidad.
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