50 años: una oportunidad para alcanzar consensos fundamentales
El país se apresta a conmemorar los 50 años desde que tuvo lugar el Golpe de Estado en 1973, una efeméride que a pesar del tiempo transcurrido sigue despertando pasiones y sentimientos muy encontrados en la sociedad, algo que nos recuerda la profundidad del quiebre que entonces experimentó el país.
Por estos días los chilenos hemos vuelto a recordar los álgidos episodios que llevaron al quiebre de la democracia, donde por una parte las fuerzas de la Unidad Popular y su programa de transformaciones radicales tempranamente entraron en colisión con las fuerzas opositoras y la ciudadanía, generando visiones irreconciliables que hicieron imposible el entendimiento político. Ello además en un contexto internacional de alta polarización producto de la Guerra Fría.
La violencia fue el signo más evidente de la descomposición a la que se había llegado, donde ésta no solo fue reivindicada por algunos grupos como método válido para la acción política, sino que la propia población comenzó a enfrentarse en las calles. La grave crisis económica en que se sumió el país, y la incapacidad de las instituciones para encauzar toda esta debacle por las vías legales y constitucionales, son parte del tóxico cuadro que caracterizó a los llamados “mil días”, los cuales culminaron con la muerte del expresidente Salvador Allende en La Moneda.
Así como la violencia y la degradación política e institucional en la que cayó el país son parte de los elementos que hay que tener presente cuando se analizan con perspectiva histórica las razones que llevaron al quiebre, también esta fecha resulta indisociable de las violaciones a los derechos humanos que vendrían a continuación, donde los informes oficiales reportan más de 3.200 ejecutados políticos y detenidos desaparecidos, además de miles de personas que fueron torturadas. No podría pretenderse que a la luz de estas experiencias tan profundamente marcadoras para el país dichas dimensiones no estén presentes en esta conmemoración tan simbólica, pero cuando ya han transcurrido 50 años es momento de dar un paso más allá para no quedarse solo en aquello que nos dividió profundamente en el pasado, sino aprovechar esta instancia como una oportunidad para volver a reflexionar sobre aquellas cuestiones fundamentales en las cuales la sociedad debería ser capaz de arribar a ciertos compromisos básicos.
Por eso resulta inútil centrar los esfuerzos en forzar una mirada común respecto de las causas que llevaron a este quiebre; ello es una tarea imposible, pues los chilenos ya tienen formada su opinión, la que finalmente dependerá de cómo cada quien vivió estos acontecimientos o de sus íntimas convicciones. Ilustrativo de las complejidades de insistir en este predicamento es lo que ocurrió con el propio plan de conmemoración que había elaborado el gobierno, el cual sufrió un revés cuando sectores de izquierda forzaron la renuncia de quien oficiaba como delegado presidencial por el solo hecho de que afirmara que “la historia podrá seguir discutiendo cuáles fueron las motivaciones para el golpe de Estado, pero lo que podríamos intentar acordar es que sucesos posteriores a ese golpe son inaceptables”.
Si en algo puede resultar iluminadora esta conmemoración es tomar conciencia acerca del valor de la democracia y la necesidad de cuidarla en todo momento, porque sabemos que es un sistema frágil y hoy comprendemos mejor las consecuencias que acarrea su pérdida o degradación. Con facilidad se olvida que la democracia no está dada, y la experiencia vivida en aquellos años debería recordarnos las nefastas consecuencias que conlleva la extrema polarización política, la incapacidad para llegar a grandes acuerdos en el Congreso, la tentación de pensar que mayorías transitorias bastan para que un sector de la sociedad imponga a otro su visión, o la erosión del estado de derecho. Era evidente que entonces todos los sectores fallaron al no valorar suficientemente la democracia, y por lo mismo sería un avance muy significativo que hoy la convicción democrática estuviera fuertemente enraizada, así como lo imperioso de comprender que por muy profundas que puedan ser las diferencias en la sociedad, éstas siempre deben resolverse dentro del marco del estado de derecho.
En el ámbito de los derechos humanos, es un hecho que la mayor parte del país ha tomado conciencia acerca de la importancia de respetar y proteger las garantías fundamentales. Diversos sectores han manifestado su compromiso con la no repetición de estos hechos, y hoy se cuenta con estructuras institucionales independientes a cargo de su supervisión, así como con tratados internacionales. Sin embargo, en distintos lugares del mundo, también en nuestra región, se puede apreciar que en los últimos años ha existido un abierto retroceso en cuanto a la valoración que existe hacia los derechos humanos -los casos de Venezuela o Nicaragua son ilustrativos al respecto-, donde en Chile todavía hay grupos que amparan o guardan silencio frente a estos atropellos. De allí que esta conmemoración también debe ser una oportunidad para reforzar la convicción sobre la importancia que reviste para la sociedad comprometerse a futuro con su defensa y protección, sin importar los contextos, porque está a la vista que, al igual como ocurre con la democracia, las garantías fundamentales son también muy frágiles.
Esta mirada también supone hacerse cargo de los casos en que los derechos humanos fueron vulnerados en el pasado, algo que no solo pasa por condenar fuertemente estos hechos, sino que además debe traducirse en compromisos y gestos reparatorios concretos por parte del Estado, como por ejemplo esclarecer la situación de aquellos que aún permanecen desaparecidos.
Finalmente, otro aporte que resultaría muy valioso con motivo de esta fecha es tomar conciencia sobre la importancia de no valerse nunca de la violencia como método de acción política, porque con ello la democracia misma se socava y se entra en un espiral cuyas consecuencias son imprevisibles, tal como ocurrió hace 50 años. Lamentablemente esta lección no parece estar suficientemente internalizada en todos, tal como quedó a la vista con motivo del llamado estallido social.
Si con motivo de estos 50 años logramos revalorizar firmemente el valor de la democracia, el respeto de los derechos humanos y el repudio a toda forma de violencia política, como sociedad habremos dado un paso muy significativo, pues será una forma muy concreta de contribuir a que el país nunca más tenga que experimentar el trauma de un quiebre institucional con sus graves consecuencias.
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