A propósito de colores

Convención


Por Juan Carvajal, periodista y ex director de la Secom

Amarillos, rojos, verdes, azules, blancos o negros. Con el tiempo, la política y la propuesta social se ha ido revistiendo de colores que -como el fútbol- pretenden conquistar no solo convicciones, sino también pasiones. Así, los colores -en la óptica hegemónica y preponderante de hoy- adquieren valor superior y los “rojos” son los “buenos”, los “verdes” son los “modernos y/o ecologistas” y los “amarillos” son los “traidores”. En 1973, el radicalismo de la época condenó a los comunistas (los “rojos”) como “traidores” porque llamaban “no a la guerra civil”, lo que demostró ser correcto a la luz de la historia. Por eso, mucho más importante es saber que detrás de nomenclaturas y “colores” hay ideas, trayectorias y nombres, como Cristián Warnken, Gastón Soublette o el sacerdote Felipe Berríos, que se han ganado el respeto nacional por una vida dedicada a la defensa de valores y principios que permitieron recuperar las libertades que tenemos.

Hoy, cuando lo urgente es generar el cambio institucional que permita a Chile empinarse en la historia como la democracia sólida, pacífica y participativa que la ciudadanía espera, no es el momento de las descalificaciones, ni menos de las funas o el descrédito fácil de quien disienta. Es hora de la discusión, la reflexión, el respeto por el otro, y también del reconocimiento de la sanción ciudadana.

Quienes llegaron a la Convención Constitucional lo hicieron por significativas mayorías, conformando el colectivo más diverso y representativo que registre nuestra historia. Se ganaron el derecho en las urnas de cumplir el mandato popular de configurar un texto que termine de una vez por todas con la negra herencia autoritaria del pinochetismo y abra paso a una Constitución que represente a ese nuevo ser social que ha ido desarrollándose en el curso de estos casi 30 años postdictadura.

No basta con ganar normas en los plenos o bregar solo por conseguir los dos tercios. El problema no es ni fue nunca matemático. Se trata de dialogar con todos y entre todos, buscando que lo que se apruebe tenga muy presente lo que Chile necesita para consolidar su democracia, pero también un piso y techo que permita “abrigar y acoger” de buena manera a todos los chilenos, dando -por cierto- todas las garantías posibles a quienes habiendo sido marginados, carecían de ese brazo fraterno en una Carta Magna que -pese a los muchos cambios realizados- tenía el estigma del desapego, del desconocimiento de la diversidad y por sobre todo de la ausencia de herramientas que hicieran posible el reconocimiento de derechos constitucionales que garanticen una vida más digna para todos los habitantes de nuestra tierra.

El verdadero reto actual para nuestros constituyentes es reflexionar, discutir y escuchar a todos, sin prejuicios ni ataques, haciéndose eco de la voz del presidente electo Gabriel Boric, que desea que la nueva Constitución no sea “partisana”.

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