Opinión

Abnegación

Esta semana, celebramos la crucifixión y la resurrección del Salvador. Y el sacrificio de la cruz realza la virtud de la abnegación: del latin “abnegatio”. Es sacrificio, desprendimiento, renuncia, generosidad.

Es también uno de los requisitos del mando en nuestras FF.AA. Saber ponerse en el lugar de sus subordinados, no abandonarlos, compartir sus riesgos y sus dolores, porque hay un interés común mucho más elevado. De los abnegados no surgen millonarios, surgen héroes. En nuestra historia hay ejemplos famosos. O’Higgins renunciando a la primera magistratura, y alejándose al Perú, sin regresar, para no dividir a los chilenos; Portales, asesinado por oponerse al militarismo que arruinó a América Latina hasta no hace tanto, y Arturo Prat, con su sacrificio sublime.

Y lo opuesto a la abnegación es la soberbia, el ego que todo lo corrompe y pone el interés propio o de su grupo frente a los intereses de la sociedad, o de su país. Y un buen ejemplo en el Chile de hoy -lamentablemente- es el de muchos políticos, donde el desinterés por el país campea sin atajo. Partamos por los retiros de las AFP de hace algunos años y los más de 350 candidatos a la Presidencia de hoy, que pretenden hacer “su punto particular”. Muchos saben que no van por los cargos principales: van para mostrarse, gastando plata de todos los chilenos, o para hacer ver su minúsculo rinconcito ideológico. Otros negándose a practicar la virtud de la abnegación, porque para ellos, lo importante son sus beaterías personales, que no están dispuestos a transar.

Ellos no dudan, porque creen tener la verdad absoluta, y en eso no son distintos el profesor Artés, los K und K y tantos otros de derecha y de izquierda. Y lo han hecho una y otra vez: en el segundo proceso plebiscitario y se repitió luego en las elecciones de gobernadores y alcaldes. Nada les importó Chile, ellos tienen la verdad, no dudan. Confían que al final, alguna coyuntura imprecisa los llevará al poder. Nos recuerdan a esos autócratas de triste recuerdo, a los que finalmente una crisis mundial, una derrota militar o una guerra insensata, los llevó al poder, sin transar un ápice “sus principios”. Fueron inflexibles, infinitamente coherentes, y también crueles.

Y la duda en cambio es sana, es noble. Es el principio del liberalismo. Sin la duda, Copérnico no hubiera escrito “De revolutionibus”, ni Newton descubierto la gravedad, o Leibnitz el cálculo infinitesimal. Fueron prohibidos en su época, por quienes no dudaban, por quienes lo tenían todo claro, y no aflojaban en sus principios: la tierra era el centro del universo, y Ptolomeo no podía ser dudado; el cálculo de variables continuas, una herejía según los seguidores de Aristóteles.

Ahora resulta que la reforma previsional -algo tan opinable y técnico- separa lo correcto de lo incorrecto. Negar la sal y el agua a un gobierno (unos al de antes, otros al de ahora) dejando de lado, en cambio, una reforma insoslayable del sistema político. Y para ellos dividir, parece ser su máxima virtuosidad.

Qué lejanos están de O’Higgins, Portales y de Prat. Y para qué decir de Jesucristo.

Por César Barros, economista

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