Acordemos que estamos de acuerdo
Por Magdalena Vergara, directora ejecutiva de Acción Educar
El regreso a clases será una de las decisiones y procesos más complejos que debamos enfrentar durante esta pandemia dada su envergadura. Impacta, en primer lugar, y de forma prioritaria en los niños, especialmente atendidas las consecuencias de la educación remota, también en la cotidianeidad de las familias, las posibilidades de salir a trabajar de los padres, en la economía, la ciudad, la salud y tantas otras aristas. A pesar de ello, la discusión ha estado entrampada y no hemos sido capaces de salir de la binaria discusión del sí o no, en vez de enfrentar el inmenso desafío que se viene por delante.
Lo que ha hecho falta es la capacidad de escuchar, dialogar y superar las falsas contradicciones que se levantan respecto al retorno. Ya existe el piso común sobre el cual discutir, que se asienta en asegurar -ante todo- las condiciones sanitarias, el problema es que algunos se empecinan en no verlo. Como se ha anunciado en reiteradas ocasiones, y en línea con lo que plantean los diputados en los proyectos de ley presentados y con lo esbozado por el colegio de profesores, las escuelas podrán abrir una vez que existan las condiciones sanitarias, lo que se da cuando la comuna entra a la fase 4 del Plan Paso a Paso (determinado así por el Ministerio de Salud). Además, se hará de forma voluntaria, gradual y flexible, es decir que no se obligará a las familias ni escuelas, ni entrará todo el sistema a la misma vez. Esta aparente barrera que se ha construido, impide volcarse en la discusión más relevante de todas: cómo enfrentar este proceso.
Es necesaria una discusión seria y con altura de miras respecto de la envergadura que se nos viene. Reflexionar a partir de un diagnóstico de la actual situación de las escuelas y sus comunidades, las experiencias de la educación remota y de las familias ante la pandemia. A su vez, es clave pensar sobre las posibilidades y recursos de los establecimientos para enfrentar este proceso, en cuanto a su infraestructura, capacidades pedagógicas, dotación docente, cómo se implementará la gradualidad, qué cursos o estudiantes deberían tener prioridad, cómo se definirán los protocolos y reglamentos, cómo mantendremos un sistema híbrido con estudiantes que asistan de forma presencial y otros vía remoto, y así un extenso etcétera.
Así mismo, será importante identificar cuáles son las oportunidades del sistema educativo frente a las enseñanzas que nos ha dejado la pandemia, desde la autonomía de las escuelas, la priorización curricular, los métodos de enseñanza, entre otros. El solo hecho de enfrentarnos a esta conversación nos permitirá diseñar las formas que puedan atender al caso a caso, y así, hacernos cargo de las necesidades que se levantan, y comprender realmente la complejidad que tiene el regreso.
En esta línea, ante la legítima preocupación de las familias respecto de la salud de sus hijos y el temor del contagio frente a la apertura de las escuelas, la respuesta no puede simplemente ser que no se volverá a clases presenciales. La respuesta que se espera de la autoridad –y en especial de los alcaldes en su calidad de sostenedores-, es una preocupación activa por pensar y buscar la manera de diseñar un regreso seguro y que dé confianza a las familias.
Generar los espacios para tener este dialogo, es sin lugar a duda una preocupación del Ministerio de Educación, que debe guiar un proceso participativo junto a las distintas comunidades. Sin embargo, no es solo una preocupación de esta entidad y ello se nos ha olvidado. El desafío del sistema educativo durante la pandemia debiera ser una preocupación social prioritaria. Pues solo si le damos la relevancia que merece podremos pensarlo de forma colaborativa y coordinada entre los distintos actores y sectores, y aquellos que de manera indirecta también se ven implicados.
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