¡Acuérdense de la tierra!
Por Hugo Herrera, profesor titular, Fac. de Derecho UDP
El incendio de Quilpué evidencia la precariedad de nuestra institucionalidad territorial. Con la sequía acumulada, plantas y árboles secos prenden cada vez más fácilmente. No hay sistemas adecuados ni para controlar a los incendiarios ni para, producidos los incendios, extinguirlos con rapidez.
Todos los años son arrasados valles enteros del centro y el sur. Todos los años el país se seca. Chile, que según cabezas de élites financieras o incautos iría presuntamente camino al desarrollo, no es capaz de procurarse esto: el agua que necesita. No hablamos de reactores nucleares, sino del recurso básico de la vida: la pura y simple agua.
Pero hay más. Las “zonas de sacrificio” se acumulan. El conflicto mapuche se intensifica. El desierto avanza. El sur austral está abandonado. Ninguno de esos problemas tiene solución a la vista. Solo constan la acción impotente de intendentes impotentes y la extraña figura del “delegado presidencial” que va a las zonas a hacer como que resolviera algo.
Y todos saben que no hay soluciones definitivas.
El asunto es trágico. Como escriben la Mistral, Oyarzún, Mellafe: la tierra no es mero material u objeto neutral. Ella es fuente de sentido. Es asiento estable, fuente nutricia y paisaje.
Es un campo de significado de carácter intuitivo o no racional. Es intuitiva porque allí nos encontramos directamente, sin una organización o mediatización, con plantas, árboles, piedras, animales, personas. Y no es racional: en principio no hay ahí metas que cumplir, funciones que desempeñar. En una existencia que se vuelve crecientemente artificial, virtual, funcionalizada, la tierra, el paisaje son campos eminentes de despliegue para la autenticidad humana.
De las maneras como habitemos la tierra depende nuestra plenitud o frustración: si en zonas baldías, valles que se secan o campos irrigados; si en ciudades desproporcionadas o con vecindarios verdes y a escala humana; si esparcidos por el paisaje o concentradamente en una capital hacinada y segregada.
La política define la organización de la tierra. De aquella depende la nefasta desproporción y el daño que nos estamos produciendo al renunciar al paisaje y al territorio, al hacinarnos, al abandonar a su suerte la naturaleza.
Democracia territorial, regionalismo político con macro-regiones dotadas de competencias políticas: esa es la manera en la que los problemas del paisaje podrán empezar recién a hallar solución. La integración del pueblo a su tierra y el cuidado adecuado de la naturaleza exigen una reconfiguración de la institucionalidad territorial.
Esta es materia eminente de la Constitución. Allí se contienen las cláusulas funestas que han consagrado el centralismo y la mezquina descentralización administrativa. Consciencia del paisaje: tal debiera ser asunto primordial de los constituyentes, especialmente los de regiones. ¡Acuérdense de la tierra!