Acuerdos sobre absolutos
Por Tomás Sánchez, investigador asociado de Horizontal; autor de Public Inc
Abraham Lincoln, hoy, sería considerado un racista. El progresista de O’Higgins, que se enfrentó a la Corona y prohibió las peleas de gallos, en nuestros tiempos sin duda sería un déspota. La revolucionaria Iglesia Católica, dos mil años después es un bastión machista que trata a las mujeres como fieles de segunda. En los años 90, no tener acceso a luz, alcantarillado y agua potable era sinónimo de pobreza, mientras 30 años después discutimos si Internet es un derecho fundamental.
Me gustaría invitarlos a la siguiente reflexión: nos hemos dado cuenta a lo largo de la historia cómo nuestras más incuestionables verdades cambian con los años. Sin embargo, vemos cómo inconclusas discusiones éticas o científicas aparecen burdamente en nuestro debate político con una posición absoluta. Desde todos los sectores políticos, las cosas son obvias, se explican solas, son incuestionables, intransables, y quien las contradiga, es derechamente estúpido o embajador de la maldad. A esto se le suma, la distorsión y polarización que está sufriendo nuestro sentido común, debido las burbujas digitales que habitamos.
Bajemos dos cambios, respiremos hondo y comprendamos que vivir en sociedad consiste en llegar a acuerdos; donde más importante que tener la razón, es construir consensos. Dejémosle la discusión sobre absolutos a la disciplina pertinente, que afortunadamente influenciarán nuestra evolución política. Recordemos, que más de una verdad será pasajera y que los acuerdos se construyen en la medida de lo posible. No hay acuerdos perfectos, pero buenos acuerdos mantienen la paz y el desarrollo.
Ad portas de redactar nuestra nueva Constitución, creo importante recordar -y discutir- el fondo del asunto. Sobre papel quedarán plasmados derechos, sistemas de gobierno y de representación, entre otros asuntos importantes. Sin embargo, lo que asegurará nuestra armonía a futuro -además de un buen diseño político- es que lleguemos a un acuerdo genuino y lo consideremos legítimo. Simplificando, la democracia consiste en que el 51% esté de acuerdo en el 100%, mientras un consenso significa que el 100% esté de acuerdo en el 75% del contenido. En este último, todos tuvimos que renunciar a algo que nos gustaría, en beneficio del bien mayor: que todos estén dispuestos a suscribir. Todos tuvieron que transar, quedaron algo insatisfechos, y reconocen la virtud del acuerdo, pero ninguno se impuso. Ahí está la legitimidad y lo que le da sustentabilidad: el mutuo propio, ceder voluntariamente y la no imposición.
Imponer absolutos implica pasar a llevar a alguien; el reflejo de la vehemente ignorancia adolescente. Hoy estamos en un proceso que necesita de adultos que no pongan sus intereses por delante, sino que el bienestar del país en el largo plazo. El proceso constitucional construirá su fondo a través de su forma. La capacidad de dialogar, argumentar, ceder y aceptar las diferencias, serán las claves para llegar a buen puerto. No existen verdades, solo acuerdos.
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