Adiós a los niños
Por Marcelo Sánchez, gerente general de Fundación San Carlos de Maipo
Recorrían diariamente distintos sectores de la ciudad vendiendo la artesanía que su abuelita moldeaba ya con los dedos atrofiados por una artritis apenas tratada, luego de mucho tiempo insistir en el sector público. Era su compañero, en los inviernos duros se conseguía el nailon para forrar su casa, y cuando podía trataba de cumplir con el colegio, pero no era suficiente.
Pronto empezó a faltar. Estaba en primero medio y ya la escuela quedaba afuera del barrio, un día conoció al Tito, con 15 años era capaz de organizar a todos para una pichanga, también se preocupaba del tercer tiempo y traía alcohol y pitos que la “Mano” le daba a los cabros. Pasaron algunos meses y todo cambió. Las piezas de artesanía comenzaron a arrumbarse en un rincón de la casa. El colegio ni siquiera era un recuerdo. Desesperados los padres y la abuelita buscaron ayuda. Como la artritis, la droga se fue instalando en la sala de espera, no hubo tratamiento, apenas contención de quienes pudieron de hacer algo.
Pero llegamos tarde, demasiado tarde. La “Mano”, el Tito y los muchachos eran todo para él; su nueva familia. Le pedían que hiciera a cambio lo que siempre hacían otros niños: mover un poco, para después hacer algo grande. Esta es la historia de muchos, de los del portonazo y la encerrona, del Zombi que mueve la Tussy, del que carterea, del que aprendió con violencia a marcar la vida de sus víctimas; las primeras, aquellos que lo aman y que ven el poder destructor que les arrebata su infancia. Llegamos tarde, una y otra vez, cuando no fuimos capaces de retenerlo en la escuela, cuando la familia pidió ayuda y solo recibió el ticket de la fila, cuando miramos al lado en la plaza mientras el alcohol y la marihuana llenaban con su olor el espacio de los niños, cuando vimos al dealer recibiendo monedas y a la señora que se hacía unas cuantas, guardando un paquete en su casa, cuando los que se decían Garantes de su cuidado, sin escrúpulos ni sanción, lo devolvieron al Proxeneta de turno, al Narco que era pareja de su madre, como un egreso administrativo y simplemente un abandono.
Le llegamos tarde, a él y a muchos, pero podemos cambiar esta historia. No con más cárcel, no con más exclusión, sino llegando antes, cuando la amenaza se cierne para secuestrarlos con una vida que solo disfraza la muerte. Debemos actuar con una oferta de calidad, con evidencia y oportuna, una oferta que proteja, que aleje de las drogas, que acoja en el colegio, que apoye a los padres, con Salud Mental, con Barrios que recuperen la Cancha para los niños y no para los Narcos. Podemos hacerlo, debemos hacerlo. Instalar una agenda larga de Prevención Social junto con dar un golpe efectivo, inteligente y fuerte al Narcotráfico es esencial, este es el momento.
Debemos entender que la exclusión social es la sangre de los tiburones para el crimen organizado y ellos someten a la comunidad con el involucramiento delictivo en los niños, no nos engañemos, acá hay una estrategia y debemos desarticularla. Hoy solo miramos los efectos y no las causas, hemos decidido estigmatizar sin hacernos cargo. Está en nosotros, desde la Sociedad Civil, impulsar este cambio, por esos niños, por cada uno de ellos, porque un niño son todos los niños.