Adiós Sebastián
Piñera deja el poder despreciado por la derecha. Lo culpan de enfrentar la crisis del 18 de octubre entregando la Constitución, para salvarse a sí mismo. La evidente falta de miopía del sector ante la necesidad de cambios profundos ayuda aún más a generar esa necesidad que el rumbo constitucional que ha tomado el país tenga un culpable, y el Presidente es perfecto para ese rol.
Dentro del gobierno saliente no son pocos los que se imaginan cómo habría sido todo si no hubiese ocurrido el estallido social. Esta ucronía es un pensamiento dulce, en momentos que las encuestas son esquivas en la despedida del Presidente. La oleada migratoria en el norte, donde el encargado del tema optó por culpar al gobierno que todavía no asume, en vez de tomar el toro por las astas, terminó de desgastar la popularidad de Piñera. Solo la decidida acción del ministro del Interior que silenciosamente fue a desactivar la bomba evitó un desastre mayor.
La oleada migratoria y el 18 de octubre tienen en común la creencia que fueron factores externos, cuando en realidad no es así. También evidenciaron que el Presidente demostró que tiene una extraña incapacidad de resolver los problemas generados por él mismo, pero visión estratégica cuando asume dificultades provocadas por razones externas, como la pandemia.
Es efectivo que la crisis de desconfianza en el sistema venía de antes y que la oleada migratoria venezolana es debida al desastre del gobierno de Maduro. Pero Piñera y sus asesores, con tal de lucirse, atrajeron los vientos a su administración. En el caso del estallido, la desidia del gobierno para no hacerse cargo de las dificultades de las personas en el 2019, con alzas en los alimentos, en el pasaje, sin la reactivación económica prometida y con las fanfarronerías respecto a que vivíamos un oasis, fue el detonador de un descontento social que venía desde hace tiempo. La crisis migratoria incluye la puesta en escena de Cúcuta, donde desafiando todos los informes de inteligencia y el sentido común, se pretendió desestabilizar al dictador venezolano con una supuesta ayuda material que generaría disidencia en el ejército bolivariano y una visa de responsabilidad democrática que resultó en una ilusión perdida.
Piñera deja el poder despreciado por la derecha. Lo culpan de enfrentar la crisis del 18 de octubre entregando la Constitución, para salvarse a sí mismo. La evidente falta de miopía del sector ante la necesidad de cambios profundos ayuda aún más a generar esa necesidad que el rumbo constitucional que ha tomado el país tenga un culpable, y el Presidente es perfecto para ese rol. Pero no será fácil eludir esa acusación, siendo que en ICARE su gobierno prometió que no iba a haber cambios constitucionales en su período.
Aunque le encantaría que fuera con la pandemia y el éxito de las vacunas, el estallido social será el hito con que Piñera pasará a la historia. Será una larga discusión si la imagen en los libros será el displicente que fue a comer pizza mientras Santiago ardía como Ciudad Gótica, el autorreferente que fue a fotografiarse a una Plaza Italia silenciosa y llena de rayados; o el responsable que promovió un acuerdo constitucional que no solo salvó a su gobierno, sino a la propia democracia chilena. Conociendo al personaje que habita en el actual presidente, no escatimará energía y recursos para que sea esta última la imagen de los libros de historias.
Un mejor recuerdo podría ser como el encargado del cierre definitivo de un ciclo político y de una generación. Como dijo Carlos Ruiz en una entrevista reciente en España, la imagen de una de las personas notorias de la transición pasándole la banda presidencial a un nuevo presidente que no había entrado al colegio para el plebiscito de 1988, será la verdadera acta de defunción de la transición chilena. Ser el sepulturero definitivo, es sin duda un honor.