Alto, alto, no disparen
El término alto, más allá de su relación con altura, estatura o elevación, es también una interjección que se emplea para ordenar a alguien que interrumpa su marcha o cese su actividad: ¡Alto!, ¡deténgase! El lector Fernando Geise H. escribe que la información titulada "Israel y Hamas acuerdan alto el fuego tras ofensiva en Gaza", publicado en la sección Mundo de La Tercera, contiene un error, que se repite en el texto. "Yo creo que debió usar la contracción al (a el): 'Israel y Hamas acuerdan alto al fuego tras (...)'. Alto al fuego suena mejor que alto el fuego".
Puede que suene mejor, como le ocurre a muchas personas en el país, pero se pueden usar las dos formas. La expresión figura como interjección en un breve artículo del diccionario Panhispánico de Dudas: "¡Alto el fuego! ¡ya no disparen!". Con sentido nominal significa "suspensión de las acciones militares en una contienda".
La información a la que alude el lector (La Tercera, 21 de julio) tiene un crédito de procedencia español: "El País / Agencias". En gran parte de América -también en Chile- y ocasionalmente en España, se emplea la variante "alto al fuego", con la contracción al, como indica el lector. Por ejemplo: "El jefe militar dijo que estaba dispuesto a pactar un alto al fuego con la guerrilla".
Así, una y otra son correctas. Lo importante es que siempre se emplee la misma forma.
¿Solo gruñidos?
Varios lectores lamentan el creciente uso de extranjerismos en distintas secciones del diario. La mayor parte de los términos objetados los aporta el idioma inglés, pero también hay galicismos y hasta germanismos. Muchos de ellos se han vuelto necesarios y por su construcción se han adaptado rápidamente al español. Otros, sólo contribuyen al brillo y esplendor del usuario... En fecha reciente, Darío Villanueva, el director de la Academia de la Lengua, sostuvo que es en el ámbito de la publicidad y la tecnología donde hay espacios para que una mayor cantidad de palabras de origen inglés se filtre en el uso cotidiano de los hispanohablantes. Pero, objeta que se usen algunos términos ingleses como si las cosas al ser descritas en ese idioma tuvieran más valor. Y, sentencia: "detrás de esto subyace cierto complejo de inferioridad que me parece muy desagradable".
Otros autores, como el sociólogo español Armando de Miguel, autor del libro "La lengua viva: polémicas apasionadas sobre el idioma español" indica que "si rechazáramos todas las palabras de origen extranjero, nos quedaríamos con onomatopeyas y gruñidos", y concluye: "el nacionalismo lingüístico es un disparate". Agrega que no hay que hacer ascos a las "interferencias extranjeras" en la adopción de nuevas palabras. "Precisamente el auge del castellano en España (hoy el español), frente a otros idiomas peninsulares, estuvo en su alta capacidad para incorporar palabras extranjeras".
Si nos ponemos a remover palabras del idioma, descubriremos que la expresión "correo electrónico", que parece tan apropiada para traducir el anglicismo "email", se compone de la voz "correo", que viene del catalán "correu", y ésta del francés medieval; y "electrónico", que es un neologismo que vino del inglés, con raigambre griega... ¿O nos quedamos con un gruñido?
Despedida
Tras algo más de cinco años, esta es mi última columna como Representante del Lector del diario La Tercera.
Quiero expresarle a todos los lectores mi gratitud por convertirme en oidor de sus inquietudes. En sus cartas aportaron errores y equivocaciones en los contenidos informativos; manifestaron sus dudas sobre temas éticos, o solicitaron explicaciones, aclaraciones y rectificaciones. En sus mensajes percibí la intención de mejorar la calidad de la información. Espero que estas columnas, como instrumentos de autorregulación, hayan permitido que los lectores encontraran en su diario contenidos veraces, plurales, responsables y transparentes, a los que tienen derecho.
Mi reconocimiento lo dirijo también al diario La Tercera; a su director, Juan Pablo Larraín; y sus antecesores, Guillermo Turner y Cristián Bofill; a sus ejecutivos, editores y periodistas. Siempre tuve autonomía e independencia para desempeñar esta tarea, que quizá dejó lectores insatisfechos y a periodistas inconformes, pero el papel del Representante del Lector ha sido señalar situaciones, pero no intervenir en las decisiones que se adoptan en la sala de redacción y en otras instancias.
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