Anatevka
El “Violinista en el tejado”, tradicional cuento judío se desarrolla en la aldea ucraniana de Anatevka y refiere una historia sobre los pogromos antisemitas en la Rusia zarista que trasciende de manera universal. Su narrativa traza en parte aquello que hace de un pueblo, una nación. Es también un cuento de odio al diferente y del miedo a aceptar que existen diversas maneras de ver y pensar el mundo.
Recojo su recuerdo en relación con nuestro proceso constituyente, ya que nos ilustra sobre los riesgos asociados a la maximalista reivindicación identitaria indígena que hemos presenciado en la Convención Constitucional. Como afirma Carlos Peña, “la demanda de reconocimiento supone aceptar que la comprensión que la sociedad chilena tenía de sí misma ha cambiado”, lo que no implica abandonar la idea de nación, sino que “transitar desde la nación concebida como una colectividad que cuenta con un pasado común a una que se orienta hacia un futuro compartido”.
Lamentablemente el indigenismo constituyente no lo ve así. Por el contrario, se plasma en un modelo que apuesta por la fragmentación, cuando no derechamente por la secesión. Ello explica las palabras de la constituyente Rosa Catrileo en el fiasco de visita de la ministra de Interior a Temucuicui, en orden a que no se respetó el protocolo mapuche, y que no sería mala idea considerar la obtención de visas para ingresar a lo que denominó “país mapuche”.
En el fondo, la fragmentación es la consecuencia última de apostar por reforzar políticas identitarias. El corolario no solo es dañar el estado nación como lo comprendemos, sino que fomentar un populismo cultural y nacionalista donde paradojalmente la diversidad se debilita. El uno excluye al otro. Todo lo mío es más importante que lo del otro. La pluriculturalidad y plurinacionalidad como ropaje esconden una semilla destructiva que no se quiere ver. El forzado intento por sobre representar el componente indígena de nuestro estado nación, puede provocar el proceso exactamente inverso. Un renovado nacionalismo entre quienes -la mayoría- ahora se sientan desigualmente tratados por el texto constitucional.
Aún es posible deponer el exceso indigenista y político que con su propio argot busca refundar nuestra democracia y degradar el sistema de balances y controles. Hay que rescatar el Chile que nos une y que ha dado forma a una nación que integra a todos. Chile se debe tanto al 10% de sus pueblos originarios como al 90% de mestizos y descendientes de inmigrantes que tejen su historia. Chile no es un territorio compartimentado ni reservado solo a algunos. Desmantelar las instituciones y despojar a Chile de su propia identidad, es un enorme error.
Si algo enseña Anatevka, es que cuando las sociedades se fragmentan, no tardan en aparecer las hordas anarquistas o nacionalistas que alimentan la violencia entre conciudadanos.
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