Anticlímax



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Decíamos la semana pasada que el giro oportunista de esta segunda vuelta produce arcadas. Disfraza a candidatos como moderados cuando son todo lo contrario. Mata pasiones y cruzadas épicas, en definitiva aborta expectativas previas a esta elección. Revive la misma “cocina” de siempre, anticipando indigestión segura (hasta yo concuerdo). Inevitable indigestión si se tiene que volver a sopear a diario la trivialidad política desde hace treinta años como único menú, con entremeses nuevos aún más ¡Guácala! Cortejar a Parisi, dar examen de grado en teología básica (por suerte no le preguntaron al candidato qué pensaba de la Inmaculada Concepción); tener que enfrentar variantes más grasientas del típico escupitajo guanaco local (¡qué tiempos eran esos, los del “zorrillo” en Plaza Italia!); y aun cuando no pretenderán exigirle usar corbata a Su Excelencia, “ajusten nomás el corsé de rigor, aprieten y diré lo que quieran que diga que, como buen chileno que soy, tengo vocación de imbunche”. Si para llegar al poder en Chile hay que someterse a tales humillaciones, es como para compadecer a ambiciosos tan solícitos.

Lo que es el resto de la manada ciudadana es muy posible que también sufra espasmos, aunque pida usted que lo reconozcan, y verá lo dócil e hipócrita que se es en Chile. Si algo ha tenido razón el discurso antipartidos estos últimos años es que no se puede confiar en los políticos, menos en sus publicistas y propaganda con que exigen al resto que participen de la mascarada que montan; de lo contrario, no les funciona el “tupido velo” necesario para gobernar. En esta segunda vuelta de este tiovivo, sin embargo, van a volver a contar con la complacencia de algunos muchos, aunque ni tantos. La de seguidores a los que se les manda a veces a reventarse, otras a callarse por un rato, y siempre se cuadran. Porque está visto que a esos otros que no votan -más de la mitad del electorado potencial- nadie se atreve a encararlos, los dan por inexistentes (aunque siguen ahí), no se quiere saber quiénes son, y se evita indagar por qué no se suman. Llega a averiguarse y sanseacabó el cuento oficialista.

Algo se sabe. Este desinfle de hace décadas coincide con que la Presidencia de la República es cada vez más insignificante (basta pensar en Piñera y los dos actuales candidatos); el Estado no se hace respetar; la sociedad civil es más pluralista de lo que se sospecha; los medios poco explican e inciden; la esquizofrenia es de los que manejan la agenda (no es que haya “dos Boric y dos Kast” y uno de los cuatro prevalecerá, ésta es la última con qué andan algunos); el grueso de los chilenos -quiero pensar- desconfía de los demagogos; y menos le creen a sacristanes del señor cura quienes, santiguándose con agua bendita marca “Reconciliación”, avalan a diablos vendiendo cruces.