Columna de Arturo Fontaine: Apetitos autoritarios y Constitución

Convención Constitucional día 28 de Octubre
FOTO CRISTOBAL ESCOBAR /AGENCIAUNO

¿Querríamos que Kast, que Boric, o quien sea gobierne a futuro, cuando lo estime, pueda disolver el Congreso y reunir en sus manos todo el poder Ejecutivo y Legislativo? Es recomendable que los convencionales diseñen la constitución pensando en la gobernabilidad y rapidez. También imaginando que sus opciones políticas podrían estar mañana en minoría.



Arturo Fontaine es ensayista, filósofo y autor de “La pregunta por el régimen político”, (Fondo de Cultura Económica, 2021).

Imaginemos que Kast gana y ya, en el poder, despierta en él un apetito autoritario. O que gana Boric y despierta en él un apetito autoritario. No es un golpe, no es un quiebre institucional. Es un tránsito legal, basado en una mayoría electoral, al autoritarismo. Es decir, un “cesarismo democrático”, una “autocracia legal.” ¿Ejemplos? Putin en Rusia, Chávez en Venezuela, Erdogan en Turquía, Orbán en Hungría, Kaczińsky en Polonia. Y todo en tiempos de internet y redes sociales. Obama dijo: “Hungría y Polonia demuestran que la democracia puede morir en las urnas electorales.” (8/6/21)

Este tránsito ha ocurrido bajo el presidencialismo (Venezuela), el parlamentarismo (Hungría) y el semipresidencialismo (Rusia, Polonia). No hay régimen inmune. Todo régimen puede ser manipulado por un líder popular hasta hacer de él un autoritarismo que sólo respeta las formas externas de la democracia. Diversos factores culturales, políticos, históricos, socioeconómicos influyen en el funcionamiento del régimen político de cada país. Con todo, estas experiencias dejan lecciones.

En estos casos hay, a lo menos, cuatro elementos en común. 1) Un líder popular que logra una mayoría parlamentaria. 2) Un parlamento unicameral o, si hay dos cámaras, de una emana el jefe de gobierno. 3) Esa cámara se elige toda el mismo día. 4) El líder de la coalición puede disolverla.

La disolución —incluso con requisitos estrictos— debilita la autonomía de los parlamentarios. Su docilidad fortalece al gobernante e imprime gran velocidad a sus decisiones. ¿Será el objetivo único o primordial? En tal caso, mejor sería elegir dictadores. En Hungría (parlamentarismo) y Polonia (semipresidencialismo), el jefe de gobierno surge de la cámara y luego puede disolverla. (Formalmente lo hará el Presidente). El primer ministro “es una criatura que puede destruir a sus creadores”(Bagehot). Los regímenes parlamentarios y semipresidenciales (aunque se les dé otro nombre) fusionan los poderes ejecutivo y legislativo en el gobernante. En un régimen de contrapeso de poderes, en cambio, el presidente se encuentra con parlamentarios a los que no puede disolver y a los que debe convencer. Se obstaculiza la deriva autoritaria.

El o la jefa de gobierno cae, si parte de su coalición parlamentaria —de sus partidarios— se une a la oposición. Así surge la mayoría adversa. El riesgo para los que den el paso es que el primer ministro disuelva el parlamento y obstruya su reelección. Si el líder mantiene su popularidad, la mayoría de los parlamentarios electos serán seguidores suyos y lo harán jefe de gobierno. Luego, podría aprobar con celeridad las leyes que necesite para hacerse de todo el poder. Podría cambiar, por ejemplo, el sistema electoral, la ley de partidos y su financiamiento, el tribunal constitucional, los nombramientos judiciales, el servicio electoral, la legislación medioambiental, el banco central, la contraloría, las normas sobre medios de comunicación, etc. No es ficción: pasó en Hungría, Polonia, Rusia, Venezuela, Turquía...

Con dos cámaras paritarias e independientes del Ejecutivo —una de ellas con representación regional e indígena y eligida por partes— el poder legislativo y ejecutivo no quedarán enteros en manos de la coalición mayoritaria el día de la elección. Para conseguir mayoría en ambas cámaras habrá que sostener ese apoyo durante cierto tiempo. En ese lapso, la opción mayoritaria será sometida a crítica y deliberación, lo que ayudará a enfriar emociones políticas violentas, extremas o insensatas, a dificultar su súbita imposición. El dispositivo busca contener el dominio ilimitado de opiniones y sentimientos mayoritarios momentáneos —a menudo bombeados en redes sociales— que, tras pausa y reflexión, sería preferible modificar o abandonar.

Si suponemos que Trump tenía el mismo apetito autoritario de un Putin o un Orbán, ¿qué lo frenó? De haber podido, hubiera disuelto el Congreso. Pero había dos cámaras y no podía disolverlas. El contrapeso de poderes independientes tiende a detener el apetito autoritario. El “cesarismo democrático” es uno de los peligros que la constitución debe anticipar.

¿Querríamos que Kast, que Boric, o quien sea gobierne a futuro, cuando lo estime, pueda disolver el Congreso y reunir en sus manos todo el poder Ejecutivo y Legislativo? Es recomendable que los convencionales diseñen la constitución pensando en la gobernabilidad y rapidez. También imaginando que sus opciones políticas podrían estar mañana en minoría.