Aprender de la historia

Manifestación pacífica en Plaza Italia


Como resultado de la pandemia, el futuro se ha hecho particularmente incierto. La crisis sanitaria está lejos de ser conjurada y nadie sabe cuántos horrores tenemos todavía por delante. Entre las pocas certezas se cuenta la grave recesión que experimentará el mundo, solo comparable, según el propio FMI, a la Gran Depresión de 1929. 

Lo que sí es seguro es que todo estará en cuestión: la gobernanza del mundo, las libertades individuales, las formas de la democracia, las políticas económicas, la protección social, los sistemas de salud… El debate sobre las lecciones a extraer de esta crisis será largo y muy intenso. Son demasiadas las cosas y los intereses en juego. Es una completa ingenuidad pensar que de la noche a la mañana se impondrán la solidaridad y la cooperación como principios rectores de una nueva sociedad. Son valores imprescindibles, pero su vigencia no dependerá simplemente de su superioridad moral. Desgraciadamente, así no funciona el mundo. Las fuerzas que pugnarán para que una vez superada la crisis las aguas vuelvan a sus antiguos cauces son poderosas y librarán dura batalla para restaurar el viejo sistema. El nuevo orden solo podrá emerger como producto de amplias movilizaciones sociales que logren constituir nuevas instituciones acordes con las exigencias de los nuevos tiempos. Tiene razón Bloomberg cuando advierte que la “pandemia conducirá a grandes revoluciones sociales”. Habrá que encontrar la mejor forma de canalizarlas. 

En el caso de Chile, vale la pena recordarlo, la crisis de 1929 provocó gran agitación social y fuerte inestabilidad política. El Presidente Ibáñez debió renunciar y partir al exilio. Fue sucedido por Juan E. Montero, que a poco andar fue desplazado por la llamada “República Socialista”, la que fue luego sustituida por la presidencia provisional de Carlos Dávila. La normalidad solo se recupera con la elección de Arturo Alessandri Palma en octubre de 1932. 

La pandemia ha dejado al descubierto en Chile las enormes desigualdades y precariedades en que viven amplios sectores. Las razones que condujeron al estallido de octubre del 2019 han quedado aún más expuestas. En simple: aunque los contagios provienen de los sectores más acomodados por su mayor contacto internacional, al final los que mueren son mayoritariamente los más pobres. 

No hay que ser muy perspicaz para anticipar que a la vuelta de la esquina nos esperan tiempos turbulentos. En ese cuadro, la convocatoria a un plebiscito para abrir paso a un proceso constituyente es una gran oportunidad para canalizar institucionalmente una movilización social que en su ausencia puede conducirnos a situaciones extremadamente delicadas. Manifiestan gran ceguera quienes abogan por hacer tabla rasa de este compromiso que constituye hoy día una obligación constitucional. Ojalá así lo entiendan nuestros gobernantes y pongan rápidamente atajo a esa pésima idea.

Carlos Ominami

Economista

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