¿Aprendió algo la centroizquierda?
Por Sergio Muñoz Riveros, analista político
Ignoramos si los dirigentes de los partidos de la antigua centroizquierda (PS, DC, PPD y PR) se han dado tiempo para reflexionar sobre la experiencia de este año convulso, en el que hubo sobrados motivos para temer por la suerte del régimen democrático. Es cierto que los partidos no son centros de debates, pero no pueden conformarse con ser máquinas electorales y de distribución de cargos. Las convicciones cuentan. Gobernaron fructíferamente y con sentido nacional en un período crucial de la vida de Chile, y necesitan representar algo más que la guerrilla de hoy. Ello les impone la exigencia de mirarse a sí mismos sin indulgencias respecto de los errores cometidos. Para enfrentar lo que viene, les conviene examinar lo que hicieron y lo que dejaron de hacer. Por ejemplo, les serviría revisar las declaraciones y los manifiestos que firmaron desde octubre del año pasado hasta hoy, salvo por supuesto que consideren que las palabras se las lleva el viento.
Hay un problema de fondo del que deben hacerse cargo. En varios momentos, dieron la impresión de actuar según el principio de que, si están gobernando los adversarios, es legítimo hacerles la vida imposible, e incluso validar la violencia. La unidad de acción con el Frente Amplio y el PC parecía no tener límites, como lo demostró la acusación constitucional contra el Presidente Piñera en diciembre del año pasado, después de la firma del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. Si no hubiera sido porque ocho diputados opositores vieron que el país se deslizaba hacia una crisis mayor y votaron en contra, se habría iniciado el proceso para destituir al Mandatario.
Fue valioso que votaran en la Cámara a favor del proyecto que exigía a los partidos que renunciaran explícitamente a la violencia, aunque cinco diputados socialistas y uno del PPD no estuvieron dispuestos a tanto, y votaron junto a la izquierda que no se hace problemas con los métodos. La iniciativa no reunió el quórum necesario, pero sirvió para separar aguas en un asunto fundamental. También fue valioso que tomaran distancia de la propuesta de Mulet, González y otros para adelantar las elecciones presidencial y parlamentaria, que no es sino una maniobra para impedir que Piñera cumpla su período, lo que parece obsesionar a Guillier.
Se supone que los partidos de centroizquierda quieren volver a gobernar. Pues bien, deberían preocuparse de que la futura oposición no les pague con la misma moneda que ellos han usado. La alternancia en el poder no puede convertirse en un circuito de agravios y revanchas. Se trata de ser leales con los principios y procedimientos democráticos en cualquier circunstancia.
El país necesita estabilidad y gobernabilidad, pero ello implica que todos los partidos sostengan el estado de derecho. Esperemos que la centroizquierda empiece a respetarse a sí misma, que es la condición para que otros la respeten.