Automatización y Género
Existe una creciente preocupación en la sociedad chilena en torno al proceso de automatización del trabajo y el efecto social y económico que tendrá la eliminación de un porcentaje importante de empleos —algunos estudios pronostican hasta un 45%—, que podrán ser ejecutados, con mayor precisión y eficiencia, por softwares o algoritmos.
Las voces expertas pronostican que la automatización afectará en lo inmediato a tareas rutinarias y codificables, pero menos a aquellas que requieren de abstracción, creatividad e inteligencia social. Entre estas últimas se ubican ocupaciones de alta calificación, aunque también ocupaciones manuales, que necesitan de adaptabilidad e intuición para su realización. En efecto, no es evidente, como se suele pensar, que el nivel de calificación determine las ocupaciones próximas a desaparecer.
La diversidad de caminos posibles no impide, sin embargo, un análisis de los grupos sociales más expuestos a los efectos negativos de la automatización. De acuerdo a un informe de la consultora McKinsey sobre el futuro del trabajo, las actividades con mayor riesgo de automatización son aquellas que priman en la manufactura, en servicios alimentarios, en transporte y bodegaje, agricultura, retail y minería. Y principalmente aquellas en que la abstracción, juicio, creatividad, y flexibilidad, son irrelevantes. Si esto es así, es posible aventurar que la automatización del trabajo afectará principalmente a las mujeres trabajadoras.
En efecto, la segmentación horizontal del mercado laboral chileno distribuye a hombres y mujeres en ramas de actividad diferenciadas. De acuerdo con el INE, las mujeres se concentran en comercio, actividades de salud, industria manufacturera, alojamiento y servicio de comidas; y los hombres en comercio, manufactura, construcción y transporte.
A primera vista, las ramas de concentración femenina son tan proclives a la automatización como las masculinas. Sin embargo, las ocupaciones que trabajadoras y trabajadores desarrollan en estas ramas están claramente diferenciadas: un 64%, de las mujeres son vendedoras, empleadas de oficina, y trabajadoras no calificadas, es decir, se concentran en trabajos rutinarios.
En cuanto a tareas abstractas -que al menos por el momento son menos susceptibles a la automatización-, muchos más hombres -65%- que mujeres, se concentran en puestos de responsabilidad y toma de decisiones, que tienen como base esta capacidad. Y, si consideramos el ingreso como proxy de tareas concretas y prescindibles, más mujeres que hombres perciben una remuneración mensual bajo la mediana de $400.000 y con una alta concentración en los tramos de hasta $300.000.
Así, la incipiente discusión sobre la "reinvención" de los trabajadores, o la "uberización" de la economía como estrategias para enfrentar el cambio tecnológico no llegará a buen puerto si no se toma en cuenta la organización por género del mercado laboral que define las trayectorias de las trabajadoras en Chile. En la era de la participación laboral de las mujeres como condición del salto al futuro, no es posible hablar de automatización sin género.
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