Autonomía y calidad en peligro: una camisa de fuerza para el sistema universitario
Por Mauricio Bravo, Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo
La diversidad institucional de la educación superior es un reflejo de la diversidad de cosmovisiones de una sociedad y permite ofrecer una mayor variedad de oportunidades de formación a la población. Por su parte, en un escenario de diversidad institucional, aumenta la libertad de elección de los estudiantes y sus familias, promoviendo calidad y equidad. Por lo mismo, cualquier iniciativa que disminuye o limite la diversidad institucional o tienda a homogeneizar los proyectos universitarios contradice el principio básico de la autonomía de las instituciones y empobrece las opciones disponibles para los estudiantes.
En tal sentido, los criterios de acreditación propuestos recientemente por la CNA lesionan el ethos del sistema universitario que, desde antiguo, descansa en la diversidad de misiones culturales y de proyectos educativos.
Durante cuatro años, preparando mi tesis de doctorado, he estudiado los procesos institucionales que llevaron a tres universidades privadas independientes (creadas después de 1980) a consolidarse plenamente, hecho reconocido por el Estado a través de la acreditación de esas instituciones y por rankings nacionales e internacionales que reconocen su calidad y reputación.
Las universidades alcanzan mayores niveles de madurez y desarrollo cuando crean su propia identidad a través del sentido de pertenencia de profesores y alumnos; captan y administran eficazmente recursos suficientes para su funcionamiento y mejora continua; atraen y mantienen docentes, administrativos, directivos y estudiantes talentosos; y cuando sus autoridades superiores transmiten confianza, otorgan legitimidad al proyecto institucional y cuentan con un gobierno que resuelve los conflictos y vela por el bien común de la comunidad.
De esta forma pueden adaptarse oportunamente a las cambiantes exigencias de la autoridad reguladora, a las demandas de la sociedad y los mercados, y al mismo tiempo fortalecer su autonomía y autogobierno.
Esa misma independencia ha permitido a estas universidades captar los recursos necesarios para desarrollar su infraestructura y capacidades y para proveer servicios de creciente calidad y complejidad. Igualmente, las ha mantenido a salvo de indebidas presiones políticas e ideológicas, favoreciendo su dedicación únicamente a descubrir conocimientos y formar personas con vocación de servicio a la sociedad.
Todo esto ha llevado a una mayor diferenciación interna y complejidad creciente a estas instituciones, mientras crecían su cuerpo de académicos, matrícula de estudiantes y se volvían más sofisticadas sus formas de gobierno, gestión y vinculación con actores de la sociedad.
En síntesis, las tres universidades privadas que he estado examinando en detalle han logrado ser reconocidas por su seriedad, calidad y contribución al país, recibiendo una sólida acreditación por la calidad de su funcionamiento y resultados. Asimismo, las demás universidades de prestigio las han validado y hoy forman parte del Cruch. También mantienen redes de colaboración científica en el exterior y se preocupan de internacionalizar su quehacer.
Sería muy grave que estas universidades, y otras igualmente exitosas en el sector privado y estatal, se vieran directamente dañadas y perjudicadas por un conjunto de criterios y estándares que, de llegar a aplicarse, afectarían su autonomía, reducirían la diversidad del sistema y lesionarían el interés de los estudiantes.
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