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La situación de Chile tiene algún parecido al que tuvieron las economías industrializadas antes de su salto definitivo al desarrollo. En particular, la aparición de una clase media masiva que sustituye a la miseria masiva previa. Se trata de una clase media aún precaria, pero que da cuenta de la absorción de la informalidad urbana y de la pobreza rural. Es el momento en que la población se torna escasa, y el país se vuelve atractivo para los inmigrantes. También el territorio se torna escaso, pues la modernidad que antes estaba geográficamente concentraba ya cubre casi la totalidad del hinterland. La pujanza de inversiones en más grandes puertos, aeropuertos, carreteras, servicios sanitarios, electricidad y centros comerciales se desacelera al haber conquistado la mayor parte del territorio.
El salto definitivo al desarrollo en los países que nos precedieron permitió que la clase media transitara desde la precariedad inicial a una consolidación sólida, especialmente a través de una mejor distribución del ingreso. Y lo hicieron en las más diversas condiciones. Algunos, como Inglaterra, Francia y los EE.UU., lo hicieron a fines del siglo 19 y comienzos del siglo 20. Otros, como los nórdicos, lo lograron durante la primera mitad del siglo 20, a pesar de las dos guerras mundiales y la Gran Depresión (lo de Finlandia es notable: en 1900 su PIB per cápita era 30% inferior al de Chile; en la actualidad es un 80% superior). Otros, como Italia y Japón, dieron el salto a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, durante el advenimiento de la Guerra Fría. Corea del Sur, en tanto, lo hizo a partir de los años 1970, cuando se iniciaba la globalización. Si Chile logra dar el salto, lo haría durante la era de la industria 4.0 (la incorporación de Internet y la robótica a los procesos productivos).
Ese salto se caracteriza por un aumento alto y persistente de la productividad, que permite dinamizar el crecimiento económico y, con mayor fuerza aún, las exportaciones. En Italia 1951-70, por ejemplo, el PIB real creció más de 6% en promedio, mientras las exportaciones reales lo hicieron a casi 13% anual; las cifras para Japón 1955-75 son 8,4% para el PIB y 13,2% para las exportaciones, y las de Corea del Sur 1970-1990 son 9,6% y 16,7% respectivamente.
En algunos países europeos la socialdemocracia jugó un papel relevante en estos procesos. En efecto, la socialdemocracia europea se dio cuenta tempranamente que el progreso social no sería posible sin crecimiento económico ni transformación productiva. Quizás el caso más emblemático sea el de Suecia, donde la socialdemocracia gobernó 40 años consecutivos, incluyendo el período del salto al desarrollo.
Hace algunos días Beatriz Sánchez declaró que se sentía identificada con la socialdemocracia europea. Si con ello quiso decir que el crecimiento económico y el progreso social no son antagónicos sino que, por el contrario, van de la mano; más aún, que no hay progreso social persistente sin crecimiento persistente; si eso es lo que identifica a Beatriz Sánchez, bienvenida al club.
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