Boric, el presidente del cambio
La gran ventaja obtenida en la pasada elección despejó muchos temores en el comando de Gabriel Boric. Además de ello el ahora presidente electo recuperó bolsones donde la centroizquierda era potencia electoral como las regiones del norte chico o las comunas del sur de Santiago. Su comando leyó correctamente el mensaje de la primera vuelta, y optó por la moderación, la unidad, los gestos de respeto a la exConcertación en retirada. Las reuniones con los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, reconociéndole las puertas que abrieron en su momento, dio la sensación suficiente que había entendido que para construir una opción de mayoría había que dejar atrás esa pasión iluminada que hacía que el Frente Amplio transmitiera que la historia comenzó con ellos.
Ahora el problema a resolver será distinto y más complejo : cuál será el tono del gobierno que viene. El presidente Boric tiene que buscar un punto de diferenciación de los gobiernos de Bachelet o Lagos o no tendría sentido entonces el “sorpasso” que dieron a las fuerzas tradicionales de la centroizquierda. El FA ha dicho una y otra vez que está en política para cambiar Chile, y ahora tendrá que decir cómo. El hecho de la alta participación y ser el presidente más votado de la historia del país pareciera generar una alta expectativa, pese a que la explicación es mezclada. Además de recuperar los reductos tradicionales de la política, el comando de Kast con sus silencios sobre las barbaridades que hablaron los diputados de su partido, se ganaron un merecido rechazo. Ese paseo por matinales y videos de personeros que transmitían xenofobia, misoginia, desprecio a disidencias sexuales, negacionismo climático, lenguaje del terror y postverdad logró movilizar a muchas personas para votar en contra del candidato del Partido Republicano. Su silencio o tardía reacción a las expresiones de sus partidarios cavernarios pareció a veces complacencia.
Para hacer más complejo el relato e implementación del cambio, los entornos se ven difíciles. El presidente electo no cuenta con mayoría parlamentaria en ambas cámaras, incluso sumándole a sus nuevos aliados de la centroizquierda. Enfrentará, además, años duros en materia de crecimiento y una profunda desconfianza de la élite económica que no se ha logrado aplacar con las palabras de moderación. Pero la alta votación y, por tanto, las altas expectativas de muchas personas hacen que no pueda ser un presidente en la medida de lo posible, como le encantaría a la élite política que votó refunfuñada por él.
Un primer camino pueden ser los símbolos. El más esperado es ver a los exdirigentes estudiantiles, que salieron de la calle para entrar al parlamento y estuvieron los dos períodos parlamentarios que prometieron entrando a La Moneda para gobernar el país. El otro es dar espacio a mujeres en los ministerios que se han mantenido como reductos masculinos y, por cierto, los más esperados, dadas las señales necesarias en materia de seguridad pública y manejo de los recursos del país. También tendrá que hacerse cargo de esa especie de Brexit de la política tradicional que se votó ayer y cambiar el modo como se ha gobernado, pero buscando cuidar delicados equilibrios. Requiere un arte de la política con una finura única. La buena noticia es que si el comando logró resolver una segunda vuelta que se veía cuesta arriba y aprovechó bien los errores del contrincante, hay capacidad instalada para los dilemas que vienen.