Cambio de época
Por Jaime Baeza y Robert Funk, académicos de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
Cuando el Primer Ministro Hu Jintao se dirigió a la ONU hace unos 15 años, declaró que “China, como siempre, cumplirá con los propósitos y principios de la Carta de la ONU, participará activamente en los asuntos internacionales y cumplirá con sus obligaciones internacionales”. En esos años, el gigante asiático tenía la convicción de que la estabilidad económica y política internacional solo podría beneficiar al desarrollo interno del país. Pero, como explicó Henry Kissinger, con la llegada de la crisis de 2008, China comenzó a cuestionar el “auge pacífico”. Años más tarde, Richard Haass, reconociendo –mucho antes de la invasión de Ucrania– el difícil camino de las relaciones entre el Occidente y Rusia en la era pos Guerra Fría, profundizaría sobre el reordenamiento del mapa geopolítico global, hablando de “un mundo en desorden”. Ni Haass alcanzó a predecir los desafíos que significarían una pandemia y cómo esta apuraría los procesos en las dimensiones que actualmente vemos.
El conjunto de problemas –desde el auge de los populismos-nacionalismos hasta el calentamiento global– encuentra al mundo desprevenido, incapaz de construir soluciones multilaterales. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se transforma en un foro de debate, pero sin capacidad resolutiva. Además, como hace mucho no se veía, la democracia representativa se encuentra en riesgo en una parte relevante del planeta. Desde 2005, el porcentaje de personas viviendo en libertad ha caído por la mitad, según Freedom House.
Hay dos formas de revertir esta tendencia. La primera es que las democracias den resultados concretos, ofrezcan protección a sus ciudadanos tanto en materias como seguridad física, económica, alimenticia, y otros. En medio de la Segunda Guerra Mundial, Franklin Roosevelt, que algo sabía de proteger la democracia, anunció que los Aliados estaban defendiendo esencialmente cuatro libertades, incluyendo la libertad de vivir sin miseria y la libertad de vivir sin miedo (las otras dos eran la libertad de expresión y de culto). Por cualquier medición, las democracias demuestran mejores resultados en asegurar estas libertades, pero cuando se caen, caen fuerte, como ocurrió en la década de los 30 y en 2008.
La segunda forma de revertir la tendencia es que las democracias mundiales señalen que las conductas autoritarias no son tolerables, menos aún cuando son impuestas sobre países vecinos a través de invasiones o la imposición de condiciones. La visita a Taiwan de Nancy Pelosi, que como presidenta de la Cámara de Representantes es la segunda autoridad del país, fue arriesgada, dadas las protestas de la República Popular China. Pero entrega una señal potente respecto la libertad de movimiento que cualquier democracia establecería como derecho fundamental. Comunica también que EE. UU. todavía tiene algo de poder y voluntad.
El control del Asia Pacífico es la llave estratégica, política y económica del siglo que ya va en su tercera década. Es en este espacio donde se decide el control global. Una desestabilización en el Mar del Sur de China o en Taiwán es un cambio que altera de manera sustancial la vida de cada habitante del planeta. Lo que está en juego no es la forma de gobernar cada país, sino las interacciones en la región; si ésta será dominada por una lógica autoritaria o una democrática. Para Chile, una sociedad ribereña del Pacífico cuya política exterior profesa el apoyo irrestricto a los derechos humanos, es fundamental la mirada equilibrada para poder tomar buenas decisiones en lo que nos competa en una región de la que somos parte.
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