Cambios en la Iglesia Católica en Chile
El sábado pasado se conoció la decisión del Papa Francisco de aceptar la renuncia presentada por el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, a la conducción de la principal sede episcopal chilena. En su lugar, el Pontífice, sin embargo, no designó a un nuevo obispo titular, sino que optó por nombrar a un administrador apostólico, al igual que en las otras ocho diócesis donde ha aceptado la renuncia de sus titulares. El hasta la semana pasada obispo de Copiapó, Celestino Aós, será el encargado de hacerse cargo de la arquidiócesis metropolitana, en un momento especialmente complejo no solo para ese territorio eclesial, sino para toda la Iglesia chilena, que atraviesa una profunda crisis de confianza en la sociedad y es, además, objeto de una investigación judicial que lleva adelante el fiscal regional de O'Higgins, Emiliano Arias, por el presunto encubrimiento de casos de abuso sexual contra menores cometidos por representantes del clero. Acusación que también alcanza al ahora arzobispo emérito de Santiago, Ricardo Ezzati.
El cambio en la arquidiócesis de Santiago era largamente esperado, no solo porque el cardenal Ezzati había presentado su renuncia hace más de dos años, tras cumplir 75 años, sino porque, además, tras la convocatoria a todo el episcopado chileno a Roma en mayo pasado, se generaron altas expectativas sobre la concreción de cambios profundos en la Iglesia chilena. En esa ocasión, el Papa hizo un descarnado análisis de la situación que atraviesa la Iglesia Católica en nuestro país, advirtiendo de "la dolorosa y vergonzosa constatación de abusos sexuales a menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros de la Iglesia", y la necesidad de abordar con "urgencia" estos problemas. El episcopado en pleno presentó su renuncia en esa ocasión.
Sin embargo, luego de esa cita, si bien el Pontífice ha aceptado la dimisión de nueve obispos, la demora en el cambio en Santiago y la falta de reacción con respecto al resto de los obispos ha dejado la sensación de que el tema no se ha enfrentado con la urgencia que requiere, decepcionando las altas expectativas generadas.
En los últimos años, la Iglesia Católica chilena -que durante años ocupó un lugar prominente en el debate público- ha sufrido un fuerte descrédito. No solo ha descendido el número de católicos, de 69% a 55% de la población, solo en los últimos 10 años, sino que la confianza en esa institución pasó de 51% a un escaso 13% en las últimas dos décadas. Las denuncias por abusos sexuales en contra de miembros del clero ha sido un factor decisivo en esa situación, al que se ha unido al proceso de secularización que vive la sociedad chilena. Pero para hacer frente a ello, si bien el proceso de cambios en el episcopado es necesario -y debe hacerse con especial atención, para evitar que los nuevos prelados enfrenten problemas similares a los de sus antecesores-, está lejos de ser suficiente.
Más allá de la necesidad que tiene la Iglesia Católica de enfrentar con transparencia las denuncias y cambiar una cultura de encubrimiento que primó durante décadas, es importante también avanzar en cambios más profundos de estructura y funcionamiento, que le permitan recuperar, en parte, la confianza perdida, tanto por el conjunto de la sociedad, como por sus propios seguidores.
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