Carbón y debate público
Por Juan Carlos Jobet, ministro de Energía
A un año del anuncio del inédito acuerdo para el cierre de todas las centrales a carbón al 2040, el gobierno ha logrado acelerar el cronograma inicial.
La primera fase -al 2024- incluía ocho centrales equivalentes al 19% de la generación con este energético. Hoy, esta etapa contempla el cierre de 11 plantas que representan el 31%.
El retiro de las centrales a carbón y su reemplazo por energías renovables es una prioridad de nuestro gobierno y una buena noticia para Chile. Nos permite dejar atrás centrales contaminantes, que en general son rechazadas por las comunidades locales, que emiten gases de efecto invernadero (GEI), son más caras y nos hacen dependientes energéticamente; y reemplazarlas por energías como la solar, termosolar, eólica, hidroeléctrica o geotérmica, que no contaminan, son más amigables con su entorno, no emiten GEI, son más baratas y se basan en recursos que Chile tiene en abundancia.
El Ministerio de Energía ha hecho y seguirá haciendo todos los esfuerzos posibles por acelerar esta transición, velando por la estabilidad del sistema y el respeto a las reglas del juego.
Que hoy estemos trabajando y tengamos el privilegio de reemplazar aceleradamente el carbón, no significa, como algunos parecen creer, que haber construido esas centrales a carbón en su momento haya sido un error.
En enero estuve en el cierre de la central a carbón Tarapacá, en Iquique. En la ceremonia vimos una foto de la inauguración de la central en 1998, donde aparecían el entonces Presidente Frei, con el secretario ejecutivo de la CNE, el gran Alejandro Jadresic. Posaban orgullosos para la posteridad.
Aunque a mí me tocó cerrar esa central dos décadas después, pienso que ellos tenían buenas razones para sentir orgullo.
Construir esa y otras centrales a carbón era la mejor opción para Chile, dada la realidad de entonces. En los últimos 30 años, de acelerado crecimiento de la economía y por tanto de la demanda eléctrica, las centrales a carbón suplieron el estancamiento de la generación hidroeléctrica (por la dificultad para desarrollar nueva capacidad y las sequías) y el corte de suministro de gas natural argentino. Hasta hace pocos años, el costo de las renovables era muy alto, por lo que no eran una opción real.
Es fácil juzgar las decisiones del pasado a partir de las posibilidades del presente. Pienso que esa inclinación, más propia de los adolescentes que de adultos responsables, es uno de los males que nos aqueja. Y no solo en la discusión de energía, desde luego. Nos pasa con las políticas en educación, en salud, en nuestros mercados, y hasta con la moderación y realismo con que el Presidente Aylwin condujo la transición.
De este mal son culpables quienes enarbolan constantemente críticas con una supuesta superioridad moral, aunque lo hagan desconociendo la realidad del pasado y usando el espejo retrovisor. Ayudaría a aplacarlo que quienes fueron protagonistas defendieran con más orgullo su legado.
De cara a las enormes decisiones que deberemos tomar en los meses que vienen, nos vendría bien recordar que los países avanzan no cuando parten desde cero, sino cuando quienes están a cargo construyen sobre lo que hicieron quienes estuvieron antes. Nos vendría bien agradecer, honrar y estar dispuestos a aprender de los más viejos. Reconocer que el progreso se construye sin maximalismos ni histrionismos, sino con diálogo, humildad y apertura a cambiar de opinión. Nos vendría bien recordar, a fin de cuentas, que la política se trata de discurrir juntos qué es realmente necesario y posible en cada momento.