Castillo en el aire
Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES
Que un campesino andino, profesor rural de educación pública, sea elegido Presidente de un país, tiene tanto de reivindicación histórica como de cuento de hadas. De concretarse la victoria electoral de Pedro Castillo en Perú, esta solo habría sido posible a través de la varita mágica de las animadversiones anti-establishment que permitieron a un outsider radical emerger súbitamente de entre 18 postulantes. Para millones de peruanos, votar se ha convertido en una práctica para reparar necesidades morales insatisfechas. Es decir, el ritual democrático de un ciudadano-un-voto como la oportunidad de desquite de parte de los “perdedores” de treinta años de ajuste estructural o de un bicentenario de marginaciones, dependiendo de su punto de referencia en la memoria histórica instalada.
Que un outsider anti-establishment gobierne puede convertir el idilio de la representación simbólica de un campesino-hecho-Presidente en una película de espanto. Más allá del mensaje maravilloso de que cualquiera puede llegar a la Presidencia por las urnas, la inminente victoria de Castillo es un homenaje a la improvisación, la comprobación de que el discurso populista más simplón puede recaudar adhesiones masivamente, de que los equipos técnicos son prescindibles en campaña, de que en política importa más el demérito del rival que la virtud propia. De que más vale radical desconocido.
En los últimos días, mientras las autoridades electorales peruanas buscan resolver el desenlace, el “profe” Castillo ha tenido la pausa involuntaria para observar los 360 grados de su entorno político: un círculo de paisanos y familiares de confianza, pero tan novatos en las lides de la política nacional como él mismo; cuadros ideologizados del partido marxista-leninista que lo acogió (Perú Libre) pero en el que siempre se sintió como un invitado, un huésped ajeno; ex rivales de primera vuelta (Juntos por el Perú, Frente Amplio) que aportan (¿desinteresadamente?) paquetes ya armados de tecnocracia de izquierda prestos para el “Sí, juro”; oportunistas (individuales o colectivos) que quieren pescar a río revuelto. ¿Qué tomar y qué descartar para armar una gestión viable y a la altura de un país que afronta una de las crisis pandémicas más duras del orbe? ¿Es posible convertir la fortaleza simbólica del anti-establishment en el poder en capital para una administración efectiva?
A diferencia de varios analistas, considero que de asumir Castillo la Presidencia en Perú gobernará la improvisación antes que el comunismo, que la fluctuación entre moderación y radicalismo girará en torno a las corrientes de opinión pública de un líder asambleísta, de que los aliados de hoy serán los traidores de mañana (y viceversa). De que el aparente Castillo imponente ungido por las legítimas reivindicaciones históricas, está suspendido en el aire, como cualquier otro outsider. Y que la primera tarea de un “gobernante por sorpresa” es sobrevivir.