¿Castillo o Duque?
Por Carlos Mélendez, académico UDP y COES
Existen varios fantasmas que acechan las proyecciones de eventuales gobiernos de Gabriel Boric y de José Antonio Kast. Quienes temen al comunismo, han buscado asociar al primero a gestiones “castrochavistas”. Quienes se oponen a la derecha recalcitrante, han intentado vincular al segundo con figuras fascistoides y extremas. Si bien la comparación ha servido para avivar temores, también puede ayudar a hacernos la idea del tipo de gobierno que se elegirá el domingo. Considerando las limitaciones propias del ejercicio comparativo y guardando las distancias, procedo a tomar como referencia dos casos vecinos como espejos sobre los cuales proyectar a los candidatos chilenos.
El capital político de Gabriel Boric es similar al que ungió como Presidente a Pedro Castillo en Perú. Son figuras políticas que se deben a la movilización social, a olas de protestas educativas -estudiantil y magisterial, respectivamente-. Boric y Castillo expresan en las urnas el malestar social que desbordó estas demandas iniciales. Sin embargo, no tienen control ni ascendencia sobre el movimiento social. En los pocos meses del gobierno del profesor, no solo enfrenta a la oposición movilizada de derecha sino también los conflictos sociales medioambientales de las zonas rurales andinas. Por ejemplo, ¿cómo abordará Boric el conflicto de la Macrozona sur?
Por otro lado, a nivel de gestión pública, la inexperiencia de Castillo ha pasado factura. Su amateurismo combinado con radicalismo lo ha llevado a cometer errores y faltas que empiezan a corroer rápidamente su aprobación. Si bien la eventual coalición que articule Boric -en caso de ganar la elección- tendrá más recorrido en gestión pública que su símil peruano, habrá un periodo inicial de desajuste con consecuencias negativas mayores a cualquier transferencia de gobierno. Al igual que Perú, los costos de aprendizajes de los novatos aspirantes a estadistas los sufrimos todos.
José Antonio Kast es el heredero político de la derecha pinochetista, tal como Iván Duque lo es del uribismo colombiano. Ambos han intentado poner matices a un bagaje pernicioso en materia de derechos humanos y democracia. Si bien tanto la derecha chilena como la colombiana se rigen por la institucionalidad política vigente en sus respectivos países -no se tratan de populistas antisistémicos como Bolsonaro en Brasil o Bukele en El Salvador-, ello no significa que no puedan socavar principios básicos de la convivencia democrática como garantías civiles y respeto a las minorías, justificando una demanda de orden social.
El estallido colombiano fue precipitado por la propia gestión tecnocrática del gobierno de Duque al impulsar reformas tributarias y económicas que despertaron al anti-establishment. La insensibilidad social de este tipo de gobiernos tecnocráticos puede agudizar aún más la oposición social al punto de ser contraproducentes con las reformas que buscan emprender. Por ejemplo, ¿cómo conduciría Kast una impopular reforma previsional sin provocar la respuesta movilizada? Este domingo, más que una elección entre fantasmas, es una elección entre diferentes capacidades y sensibilidades para afrontar problemas concretos.