Chile despertó
Si tuviera que elegir el concepto que define el año que termina sería el que titula esta columna. Ni "estallido social", ni menos esa del "macho violador", expresan lo que se rompió en las profundidades tectónicas de nuestra sociedad a contar de ese inolvidable 18 de octubre.
He conversado con muchas personas fácilmente clasificables en dos grupos: están los que, como yo, tristemente pensamos que nuestro país entró en un espiral de populismo y violencia, del que será muy difícil escapar y que nos genera una enorme incertidumbre sobre el futuro; pero también están los que, de buena fe, celebran alegremente la llegada de un nuevo Chile, en que las personas comunes y corrientes reclaman sus derechos, los poderosos ya no podrán abusar como antes, la riqueza se seguirá creando igual -o casi igual-, pero se repartirá mejor, haciendo un país más justo.
Unos esperan con ilusión esa Constitución que nos represente a todos, "la casa común". Otros votaremos rechazo en el plebiscito de abril, porque esa opción es la manera de decir no a la violencia que impuso por la fuerza el quiebre institucional en el que, queramos o no reconocerlo, estamos viviendo. Para unos la dignidad está con "los cabres" en Plaza Baquedano, para mi está en votar rechazo.
Chile despertó del sueño de ser el primer país desarrollado de América Latina, de terminar con la pobreza, de tener instituciones capaces de vencer la fuerza atávica del populismo enraizado en esta región del mundo. Para otros despertó de la pesadilla de ese modelo neoliberal salvaje, que ha generado la desigualdad, la injusticia y el abuso intolerable al que dijimos ¡basta!
Hasta ahora siempre me negué a creer que verdaderamente existían dos Chile, pero hoy creo que no me queda otra cosa que reconocerlo. No es la división entre ricos y pobres, ni siquiera entre izquierda y derecha, la división es mucho más sutil, profunda y transversal. Cerca de la mitad del país cree que la violencia se justifica para lograr los cambios que quiere; otros agradecemos a los carabineros su sacrificio por restablecer el orden.
Un país no puede estar dividido en dos mitades, con visiones diferentes acerca de los valores que justifican el uso de la fuerza, porque eso describe lo que, por definición, son dos países. Este es el problema para resolver y no lo haremos con agenda social, ni con cuotas, ni menos con una nueva Constitución. De hecho, cuando lo hayamos resuelto recién podremos tener una nueva Constitución.
Para salir de esta crisis en paz necesitamos liderazgo y, la verdad, ni el mercado ni el Estado están ofreciendo mucho de eso últimamente. Los historiadores escribirán en el futuro acerca de qué hicimos a partir de 2019, el año en que Chile despertó.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.