Chile: tierra de flaites

Jaime Mañalich
Jaime Mañalich llega a La Moneda el viernes 12 de junio. 24 horas después renunciaría a su cargo en el Minsal.

El flaite chileno volvió en todo su esplendor esta semana, al imponer su egoísmo por sobre la gigantesca figura del doctor Mañalich y el enorme sacrificio personal y profesional que puso en combatir la pandemia.



En su particular estilo, la alcaldesa Matthei no se ahorró comentarios para calificar al grupo de jóvenes que agredió a una persona en La Reina que los emplazó a ponerse mascarilla. “Flaites”, espetó al ver las imágenes, recibiendo la condena inmediata de la periodista de moda, calificándola de discriminadora y de estigmatizar a los inocentes jóvenes del video. Más allá de la victimización lingüística, que busca centrar los alcances del término flaite a una condición socioeconómica, el concepto, como lo usa Matthei, se utiliza para calificar las actitudes y comportamientos flaites, que son independientes de cualquier clase social. Estos aluden a la mezquindad propia del chileno y a la pequeñez de ciertas personas que no son capaces de ver el panorama general y que imponen su mirada individual e intereses personales, por sobre una visión colectiva y un sentido trascendente.

Flaites son los que piden hora al doctor para salir a pasear por Santiago, los que se saltan la barrera sanitaria en helicóptero y los que van a jugar golf en medio de la cuarentena. Flaites son los que hacen fiestas clandestinas en Maipú, los que están vitriniando en el centro de Santiago y los que, teniendo la enfermedad, se suben al transporte público para ir a visitar a familiares. Todos ellos, independiente de su condición socioeconómica o el barrio en que viven, igual de flaites. La expresión máxima del flaiterío se dio esta semana, con la renuncia de Jaime Mañalich como ministro de Salud. Un 78,9% de los chilenos, según una encuesta de dudosa calidad, y cientos de influyentes opinólogos y columnistas, celebraron su salida como un triunfo de la sociedad civil organizada y un paso indispensable para empezar, ahora sí, a enfrentar el virus de manera correcta.

Pero seamos serios: ¿Qué es lo que hizo tan mal el doctor Mañalich que merece el repudio nacional? ¿Cuáles son los argumentos que justificarían una acusación constitucional o quien sabe, el día de mañana, una demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos?

“Su tono al responder las preguntas”, dirán algunos; “su falta de simpatía”, argumentarán otros; “la puesta en escena de sus vocerías”, agregarán los menos. Personalmente, no creo que la buena onda del ministro o si hace o no una vocería en formato matinal, tenga que ver con sus calificaciones como miembro del gabinete. Los más avezados lo culparán de las muertes por Covid en Chile o por el error en la estrategia sanitaria que nos ha llevado a ser uno de los países con mayor número de contagios en el mundo. Pero, ¿es justo responsabilizar a Mañalich de esto? ¿Qué responsabilidad le cabe a él, en tanto ministro, del curso de la crisis sanitaria que vivimos?

Yo al menos, le agradezco y reconozco enormemente su gestión. Fue en febrero, cuando la mayoría de los chilenos estaba de vacaciones, que se dictó la primera resolución sanitaria relativa al Covid-19. Fue a principios de marzo, cuando la mayoría de sus acusadores planificaba la vuelta a las calles de las protestas, marchaba junto a miles de mujeres para el 8M o lo cuestionaba por poner en duda la realización del plebiscito, que Mañalich no solo anticipaba verbalmente el desastre, sino que tomaba medidas concretas que permitieron a la red de salud anticiparse al momento que vivimos. A nivel profesional, el ministro Mañalich hizo todo lo que razonablemente se podía hacer con los antecedentes que dispuso en cada minuto y fue lo suficientemente transparente y honesto de ir modificando sus decisiones y conductas, en la medida en que la pandemia lo exigió. La principal responsabilidad del ministro era tener una red de salud preparada y coordinada para la peor de las emergencias y hasta el último día de su mandato, esa función se cumplió exitosamente, al tener a Chile con uno de los menores índices de letalidad de esta enfermedad.

El flaite chileno volvió en todo su esplendor esta semana, al imponer su egoísmo por sobre la gigantesca figura del doctor Mañalich y el enorme sacrificio personal y profesional que puso en combatir la pandemia. En ninguna parte del estatuto administrativo se encontrará la norma que justifica que un funcionario deje de ver a su esposa por meses o un artículo que diga que el ministro deba trabajar 20 horas al día y mantener una sonrisa en el desempeño de sus funciones. Pero eso poco le importa al flaite y su permanente odiosidad.

Puede que hoy, los flaites sean los que estén ganando la batalla comunicacional: los columnistas flaites que opinan sobre todo desde la comodidad de su hogar; los dirigentes flaites que en vez de salvar vidas, se dedican al activismo y a la crítica ideológica; los periodistas flaites que buscan la polémica y la controversia fácil, en vez de promover la información responsable. Estoy convencido de que cuando se escriban libros sobre esta pandemia y se reconozca a los que hicieron posible que nuestro país la superara, la mirada pequeña del flaite, que llena de tinta y palabras vacías los medios de comunicación para criticar al ex ministro hoy, será olvidada y borrada por la perspectiva histórica que da la distancia en el tiempo y que situará a Jaime Mañalich como un personaje clave en cómo Chile enfrentó y superó esta grave crisis.

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