Columna de Agosin Manuel: La economía de la confianza
En los últimos 15 años ha surgido una nueva disciplina en economía que busca analizar el desempeño de economías enteras o de instituciones particularmente importantes para el bienestar de un país o su crecimiento desde el punto de vista de la confianza que los individuos tienen en sus semejantes. La idea es bastante simple, pero es difícil de medir y requiere de cierta destreza para aplicar dichas mediciones a estudios del desempeño económico de un país o de algunas de sus instituciones.
La propuesta teórica de estos economistas es que las instituciones económicas funcionan mejor cuando la “confianza generalizada” que existe en un país es elevada. La confianza generalizada sería una medida del capital social o cívico de un país. Existen dos bases de datos (el General Social Survey para Estados Unidos y el World Values Survey para un conjunto importante de países) que miden el capital cívico de los países a través de la llamada “pregunta de la confianza”: “¿Generalmente, está Ud. de acuerdo con la afirmación de que uno puede confiar en los demás? O, por el contrario, ¿diría Ud. que uno debe ser muy cuidadoso en sus interacciones con la gente?”. El capital cívico de un país se mediría por el porcentaje de personas encuestadas que responden de la primera manera. La media mundial (para los países que incluye el World Values Survey, unos sesenta) durante la última ola de encuestas (2017-2020) fue de 30%, destacando los países escandinavos, los cuales superan el 70%. Desafortunadamente, los resultados para Chile solo corroboran lo que nosotros ya sabemos: el porcentaje de personas que confían en sus semejantes, sin consideraciones de cómo ellos piensan o cómo viven, apenas alcanza al 12%.
Los resultados recientes de esta literatura llegan a la conclusión que, por ejemplo, si México tuviese los niveles de confianza generalizada que ostenta Suecia, su PIB per cápita sería 59% mayor. Tanto los niveles de producto como su tasa de crecimiento, controlando por otros factores, son mayores en países que tienen un alto grado de confianza entre sus ciudadanos.
Me temo que con los niveles de confianza generalizada que tiene Chile nos va a ser muy difícil llegar a consensos que nos permitan acercarnos al desarrollo con inclusión social que tanto deseamos. Es lamentable la descalificación que se les propina a aquellos que piensan distinto o a los que alguna vez se atrevieron a salirse de su tribu política para apoyar a un(a) candidato(a) de una coalición diferente. Debemos dejar de calificar de enemigos a aquellos que no piensan como nosotros. Es la única forma de entendernos y progresar juntos. Algo a tomar en cuenta en los meses y años que se vienen, sea que el plebiscito de este fin de semana dé como ganador al Apruebo o al Rechazo.