Columna de Alberto Mayol: El gran catalizador de octubre
Fue Cecilia Morel quien vinculó el estallido social con la necesidad de compartir los privilegios de la élite. La primera dama fue capaz de comprenderlo aun cuando el estallido carecía de lenguaje, aun cuando no había líderes ni demandas. Algunos dijeron “no lo vimos venir”, pero nadie se atrevió a decir “no lo entendemos”. Bueno, en rigor, sí hubo alguien que se declaró fuera de toda comprensión, el esposo de Cecilia Morel, el Presidente Sebastián Piñera. Quiso el azar, quiso la historia, que justo él fuera Presidente en ese instante. Chile estallaba en octubre de 2019 y el Presidente de la República consideraba que la mediación de la conflictividad debía ser realizada por la fuerza policial e incluso por el Ejército. La sociedad hablaba de dignidad y el Mandatario pensaba en el plan de Rusia, Venezuela y Cuba. La autoridad civil declaró la guerra y la autoridad militar dijo que “no estaba en guerra con nadie”. Esta es la microhistoria de unas horas, pero el fenómeno es grande. Y sus dimensiones no conocen solo nuestra propia particularidad.
El mismo mes de octubre de 2019, otros 11 países estallaban en el mundo (Nigeria, Polonia, Líbano, Barcelona, por ejemplo). Si nos remitimos al ciclo de protestas globales, entre 2018 y 2020 suman alrededor de 60 países (un tercio de los países en Naciones Unidas) los que tuvieron disrupciones sociales importantes. En 60 años ha habido solo cuatro ciclos de protestas globales (1968, 1989, 2011, 2019). En los últimos 10 años ya sumamos dos: 2011 y 2019. Y en ambos años el país con más movilizaciones, con más personas protestando, con más tiempo de duración del proceso de crisis ha sido Chile.
El resumen ejecutivo de los hechos es simple: un malestar difuso (1998, PNUD) se convirtió en malestar situado y politizado en 2011 (educación). Pero ese carácter situado confundió a la élite, que consideró que el problema residía en educación y punto. Bosquejé por entonces que lo existente era un cuestionamiento radical al modelo y a las élites que lo sustentaban (Enade 2011, “El derrumbe del modelo” 2012). Resultaba evidente que la esperanza en que la ola de malestar, al tamaño que ya tenía, pudiera disiparse con un par de maniobras y acciones políticas específicas y acotadas; resultaría inviable. Pero lo inviable en política es más complejo de lo que parece: normalmente un acto ineficaz no solo deja de producir el efecto deseado, sino que sitúa un riesgo para todo lo valioso que está a su alrededor. Si un objeto va a estallar por presión interna y sobre el objeto ponemos peso para que no pueda estallar, solo ocurrirá que estallará más tarde y destruirá más cosas en el camino, pues moverá más materia en todas direcciones. Eso es octubre de 2019. Se tenía que caer el modelo, pero se cayó no solo el modelo: se rompió el tejido social, la política quedó inútil y un listado sorprendente de realidades e instituciones antes incuestionadas quedaron al borde de la extinción. La causa fundamental de este tipo de procesos es siempre la misma: la convicción de una parte importante de la sociedad de estar habitando un orden injusto cuyo sostén no vale la pena. Pero hay catalizadores que transforman un terremoto en un cataclismo, que transforman los daños en la ciudad en un cambio geológico. Por supuesto, catalizadores hay muchos. Pero hay un nombre sin el cual esto no era posible: Sebastián Piñera, el gran catalizador. La suma de sus errores ya es conocida. Y su sector conoce el listado mejor que nadie. Pero sorprende apreciar que no se haga el listado de todo lo que destruyó en el camino: el sistema de AFP, la élite transicional chilena, la Constitución Política de 1980, el modelo de economía de mercado y de Estado subsidiario, el régimen tributario neoliberal, la sacralidad del Metro de Santiago, la derecha histórica, el orden constitucional oligárquico e hispanista de 200 años. Mientras todos estos bienes preciados se iban de sus manos, luchaba denodadamente por controlar el óvalo de la Plaza Baquedano/Italia/Dignidad. El estallido fue un intempestivo, pero no inesperado, maremoto. El Presidente creyó conducir la defensa del orden, pero promovió la disrupción. La única palabra que describe el futuro es refundación. Y, como corresponde al tamaño de la palabra, no será fácil. Y se requerirá del arte opuesto al del Presidente saliente.