Columna de Aldo Perán: Las deudas de la izquierda
La conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile ha suscitado una acalorada discusión pública. Una discusión a partir de ejercicios de memoria y de exhaustiva publicación de ensayos, investigaciones periodísticas, crónicas y textos historiográficos sobre los mil días de Salvador Allende en La Moneda. Pienso, sin embargo, que debemos extender la reflexión y el análisis de lo ocurrido en 1973 leyendo al historiador de las ideas e intelectual italiano Enzo Traverso.
Su obra Melancolía de izquierda es un oportuno ensayo para pensar en las implicancias del golpe de Estado y el fin de la vía chilena al socialismo. Solo así seremos capaces de comprender, entre otros asuntos, por qué los movimientos sociales de la última década que han surgido en nuestro país cargan, todavía, con la derrota sufrida a mano del ejército chileno en 1973.
¿Por qué el socialismo ya no genera expectativas? Valiéndose de una ya reconocida frase de Fredric Jameson, según la cual es más fácil pensar en el fin del mundo que en el final del capitalismo, el profesor Traverso sostiene que la utopía de otro mundo posible resulta hoy peligrosa y potencialmente perniciosa para las sociedades modernas.
Sucede que el análisis del fin de la historia y el triunfo del régimen democrático liberal no significó otra cosa que la victoria sobre todo anhelo utópico bajo la idea de un horizonte insuperable. Y, sin embargo, esa idea, la del profesor Fukuyama, llegó a su fin. Cabe preguntarse, entonces, por qué no surgen todavía nuevos relatos y utopías con las cuales la izquierda se pueda permitir soñar. Digo soñar, porque el régimen neoliberal no solo ha afectado a los partidos políticos: los trabajadores se olvidaron, nos recuerda el autor, de su conciencia de clase y de su cultura obrera. Este panorama, el de un mundo sin utopías, el de una derrota ideológica, es lo que explica el hecho de que la izquierda mire —y se quede anclada— de manera compulsiva hacia atrás.
¿Cómo salir de este estado de derrota? Enzo Traverso propone, para nuestra sorpresa, sumergirse en lo que denomina como “crítica melancólica”, una reflexión que se sitúa entre la memoria y la historia. Al mismo tiempo entre el pasado y el futuro. ¿Su propósito? Repensar el socialismo. El historiador italiano diagnosticó el hecho de que el mundo, luego de la Segunda Guerra Mundial, avanzó no hacia la barbarie, sino hacia el socialismo, aun cuando sufrió varias derrotas a lo largo de las décadas posteriores. Una de ellas, ni más ni menos, la del propio Salvador Allende. Traverso sostiene, a propósito del golpe de Estado y la dictadura que le siguió por diecisiete años, que las fuerzas armadas chilenas pudieron prevalecer en términos políticos, pero el futuro (la memoria), le pertenece y le pertenecerá siempre a los vencidos.
La melancolía, resignificada, debe entenderse entonces como el rechazo a cualquier vínculo y compromiso con los opresores y toda forma de dominación. Traverso concibe esta melancolía de izquierda no como nostalgia de los socialismos reales sino como conciencia de las potencialidades que ofrece el pasado a la reflexión hoy. Un estado de ánimo y disposición intelectual que se identifica, en suma, con lo que falta, no con lo perdido.
Entre 1789 y 1989 las sociedades modernas vivieron el auge y caída de la revolución. Desde entonces, estamos paralizados en lo que el historiador François Hartog denomina como “presentismo”. Traverso introduce un nuevo lente focal con el cual romper con esta cultura de duelo en que la izquierda se ha estancado y valiéndose, entre otros, de Walter Benjamin, nos recuerda que la historia “guarda en sí misma la memoria de los vencidos, el recuerdo de las derrotas sufridas y la promesa de una redención futura”.
En las últimas semanas se han intensificado en el espacio público el griterío, los insultos y algunos han aprovechado el momento para descontextualizar lo ocurrido en Chile en 1973. El debate, en suma, ha sido precario. La izquierda chilena debe leer y prepararse no para pensar solo en el medio siglo pasado sino en los cincuenta años por venir.
Aldo Perán, editor.