Columna de Alejandra Sepúlveda: Qué hacer con la ira
Última semana del año y dos noticias dan cuenta de lo bueno y lo malo de nuestra cultura política. Por un lado, el esperado anuncio del proyecto de recuperación del eje Alameda-Providencia, vandalizado desde octubre de 2019, que reunió en un mismo esfuerzo a autoridades centrales, regionales y locales de distinto signo político. Por otro, el lamentable amedrentamiento al líder de “Amarillos por Chile” por parte de ciclistas radicales, que llegaron hasta su casa profiriendo insultos, amenazas y consignas contra el acuerdo constitucional -y que se suma a anteriores funas de otros grupos-, tras un recorrido que incluyó partidos políticos y canales de televisión.
Ambos episodios son buenos casos para someter al análisis de la destacada filósofa estadounidense Martha Nussbaum, en cuya obra “La Monarquía del Miedo” disecta la actual crisis política global y aborda las emociones que la circundan: el miedo y la ira, y cómo estas -si son mal conducidas- pueden amenazar la democracia.
Nussbaum señala que la mayor parte de la ira es “retributiva”, aquella que persigue la venganza ante un agravio o una injusticia, buscando culpables (políticos, la élite, migrantes, entre otros) a menudo de manera irracional. Dicha reacción crea más miseria, no resuelve ningún problema y es peor cuando se alimenta del miedo y el desamparo. La otra cara es la indignación, sin deseo de venganza, que ella denomina “ira de transición”. Esta puede ser valiosa porque genera un llamado a la acción. La rabia se vuelca positivamente para enfrentar el futuro y convoca a un trabajo constructivo.
Es claro, entonces, cuál distinción se aplica a ambos ejemplos. Una ira inconducente que refleja la hostilidad e intolerancia al que piensa distinto y otra que, junto con condenar la destrucción, hace un llamado transversal a la no repetición, a nunca más avalar la violencia como método de protesta y a cuidar la ciudad, gobierne quien gobierne.
Precisamente, Nussbaum propone como respuesta a la crisis contemporánea “renunciar a los pensamientos destructivos y vacíos de la venganza y avanzar hacia un futuro de justicia legal y bienestar humano”.
Hace mucho sentido que esa sea la mejor ruta para Chile. Una que nos permita encauzar el malestar y reparar la grieta, haciendo un esfuerzo colaborativo que impulse las transformaciones para superar la gran desigualdad que nos aqueja como sociedad. El camino no será corto ni fácil y demanda liderazgos en consonancia, menos agendas individuales y más ánimo colectivo que recupere la debilitada confianza en las instituciones.
Al final, esta mirada resulta oportuna para todas las discusiones políticas a las que asistimos hoy -como la elección de fiscal nacional y la votación parlamentaria para habilitar el nuevo proceso constituyente- y las que vendrán en 2023. Estar por los acuerdos, por ceder posiciones, puede parecer menos popular y grandilocuente, pero a la larga tiene un efecto virtuoso: abrazar el bien común, dejando a los extremos y a los que prefieren correr solos, atrapados en su burbuja.
Por Alejandra Sepúlveda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer
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