Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: A 50 años del golpe
¿En qué están? Desde junio pasado, programándose, decidiendo qué hacer el 2023, para el quincuagésimo aniversario (“bodas de oro”) de cuando el golpe militar violó e hizo suyo a este país. ¿Qué pretenden? Supongo que convocar, conmemorar, hacerse presente en torno a un discurso aglutinador que a este gobierno, sin brillo que digamos, le urge desesperadamente.
Pero, ¿cuál es la novedad? No mucho, salvo intentar mover una pesada máquina burocrática con planilla Excel en mano (13 carteras ministeriales), justificar partidas presupuestarias de hasta ahora $43 millones (como de circo pobre), con gente de a pie, bicicleta y calle en calidad de funcionarios (sin corbata), equilibrando, por un lado sueldos asegurados de fin de mes, con redes clientelísticas que reclaman su propia tucada, a la vez que manteniendo vivos el fuego, la fe, y coherencia en tanto progresistas de avanzada, sin volverse unos vejetes prematuros.
Pero, ¿en lo concreto y sustantivo? Nada que no les conozcamos habiéndonos acostumbrado a su típico machaqueo. El no podemos olvidar, el compromiso con la ciudadanía que hay que guardar -usted sabe, sin pasado no hay futuro-, el escríbete una carta y postéala a algún buzón de sueños para que la puedan leer en diez años más, y desahógate; también, el manejar esa permanente tentación de querer vengarse. Aquella fantasía máxima -hacer desfilar a los viejos estandartes al son de “Nunca Más, Nunca Más” con música de Freddie Mercury, acompañados de Hawker Hunters haciendo piruetas, a vuelo rasante, y dejando caer mensajes inspiradores como los de las galletas de la suerte de restaurantes chinos- los espantaría, tan posesionados de la gravedad de sus cargos se han vuelto. Tampoco es que vayan a ganarse el León de Oro en la Bienal de Arte de Venecia, mención “trayectoria”.
Y en cuanto a lo de verdad en serio, olvídense. Siguen no entendiendo que ello requiere reflexión histórica desprejuiciada y revisionista, no otra vez más la monserga típica esa de la memoria. “Quizás se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión”, dijo alguna vez Susan Sontag. Dejar a un lado heridas para que cicatricen es impensable; les son útiles. Tendrían que además tragarse varios alcances realistas que hiciera Raymond Aron en 1981 acerca de la generación de 1968: que “el culto de los derechos humanos” se debe a “la ausencia de una ideología que pueda reemplazar al comunismo”; por eso “la liberación de las mujeres, de los niños, de los negros, etcétera” podrá resultar “simpática”, pero no es lo mismo que “consagrarse a una causa trascendente”. Es más, no hay sociedad en que no se le falte el respeto a la humanidad y derechos, y a nadie hoy se le cree intachable, de modo que al ultrismo bien le vale guardar pudor. Claro que tanto como todo eso, no han madurado.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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