Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Administradores de crisis
Sale de escena la chiquillada (“Adiós a los niños” fue como tituló el asunto un columnista), se guardan los disfraces para otra función, retiran las carpas, higienizan las dependencias, e invariablemente pasan a hacerse cargo quienes no necesitan presentación: “the powers that be”. Término intraducible, aunque familiar su idea detrás; alude a los que sienten que el mando les corresponde. De hecho, no tuvo que pasar un día desde que la diversión se disolvió para que se nos participara de lo ya decidido: “Hay consenso en que el proyecto de nueva Constitución no está a la altura de lo que el país necesita”. Esto, dicho recién ahora, porque, aunque se rechace o apruebe el pastel el 4-S, igual harán su entrada, junto con el ¡Gana la Gente!, quienes conducirán el país en la siguiente etapa: tasadores de riesgos, nuevas rondas de consultores, agencias de publicidad, encuestadores, periodistas promoviendo “caras nuevas”, y los sempiternos burócratas. En fin, los manejadores de crisis u operadores del caso.
De crisis coyunturales, por supuesto, estamos hablando, porque lo que es a la Gran Crisis, que se arrastra desde hace 122 o 140 años según el testigo o historiador que uno consulte (pienso en E. Mac Iver o en Gonzalo Vial), se la acepta como mero hecho fatal. Manifestaciones suyas podrán incluso despertarlo a uno a medianoche espantado (1891, 1905, 1907, el 2-AB, 11-S, 29-MA, 18-O). Así y todo, nadie a estas alturas pretende remediarla. Urge solo lo inmediato y contingente a la medida de lo posible. En cambio, esta Gran Crisis tiene mucho del enfermo imaginario de Molière, en el sentido de que acontece en la mente y vuelve real, tratándose de un país ciclotímico, hipocondríaco, cuya adicción atienden periódicamente partidos políticos, militares y tecnócratas a punta de lavativas, purgas, y sangrías con sanguijuelas, sin percibirse mejoras que, de lo contrario, se habría atinado hace rato, y el país no seguiría crónicamente dividido.
Hemos visto sus distintas variantes: Chile escindido entre ricos y pobres según Recabarren, pueblo y oligarquía (Allende), marxistas y defensores del mundo libre (Guerra Fría), y entre tres proyectos excluyentes (M. Góngora). Hasta que, al llevarnos dicho curso a ninguna parte, se optó por “consensuar”, quedando atrás 16 años de dictadura, aunque volvió a suceder lo mismo: el esquema sonó como arpa vieja (18-O). Y, pensar que ahora se quiere dividirnos en tribus, en que el Chile de siempre vendrá a ser tan solo una más.
Son dos los problemas con administrar coyunturas: que las crisis de largo aliento no se resuelven intentando manejar las accesorias, y, dos, que aun cuando a éstas se las sortee por un rato, seguirán al aguaite esos otros “administradores”, atentos al siempre próximo estallido con que promover sus torcidos propósitos.
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