Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Al 11 le sigue el 18
A los antiguos, que inventaron la historia, y alabaron su valor celebratorio -como manera de seguir admirando la grandeza humana pasada- les hubiese parecido de lo más extraño, hasta patológico, servirse de ella como pretexto autoconmiserativo. Que lo es cuando se insiste en lo pérfido, terrible e infame, junto a esa pila de sufrimientos que no encuentra sosiego, y se vuelve y vuelve a ellos a modo de excusa, lamiéndose las heridas. ¿Porque se les impidió triunfar cuando en su momento todo les sonreía (bajo la UP), y desde ese entonces no pueden gritar “Venceremos” con toda propiedad y celebrar? De hecho, los griegos reservaron este otro orden/desorden de cosas para la tragedia. Una pena, por tanto, que no se ahondara en qué tan trágico ha sido los últimos 50 años de nuestro 11-S. Supongo que habría requerido partir reconociendo derrotas compartidas.
Compartido ha sido, más bien, lo típico que viene sucediendo ritualmente desde hace cinco décadas y que esta vez -por lo redondo que puede parecernos un medio siglo del calendario y santoral- lo armaron a mayor escala, y quisieron refregarlo en nuestras narices desde La Moneda donde disponen de más cobertura. Septiembre es siempre un fastidio. Justo cuando la llegada de la primavera nos hace querer festejar y pasarlo formidable, se nos corta la inspiración. Es una época ideal para la comparsa “en que nos vemos como un solo país a la vez que nos mostramos más divididos que nunca. También, ésta, una manera muy nuestra de ser un solo país. A tal punto que esta majamama, solo nosotros, nadie más que un chileno, es decir, nadie en su sano juicio, la entiende”, que es como describí septiembre en esta misma columna diez años atrás, y, vea usted, nada parece haber cambiado.
Algunas otras peculiaridades se han cristalizado aún más en esta vuelta. La supuesta opinión mainstream, que pasa por cultura dominante en los medios, no se resigna a aceptar que la historia no se negocia, consensua, ni menos corrige en retrospectiva. De ahí que se insista en copar la agenda pública con una medianía disfrazada de inocua, pero que recuerda a la Transición lo suficiente como para sospechar que se quiere acallar conflictos latentes que a la larga estallan igual. Al partido loco, ciertamente, no le faltará quien le siga echando carbón. Por tanto, qué cuento, lo que pasa por “historia” entre nosotros no son más que posicionamientos ideológicos de diversas facciones a fin de validar juegos de poder actuales. El pasado les da igual. No son estudiosos, no pretenden desentrañar este país, o a la humanidad en sus contradicciones o paradojas. Lo de ellos es concientizar y mantener viva la fe de fundamentalistas. Por último, no están por perderse el 18 y sus otras catarsis, así que no se preocupe, por un rato lo dejarán en paz. Pero solo por un rato.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador