Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Burocracia y burócratas
Aunque la tentación es grande y el instinto natural de todo columnista es atacar los temas más aterradores y urgentes -que en nuestra época sobran- no voy a tratar en esta ocasión ni el Far West en que ha devenido EE.UU., ni cuándo en Chile nos vamos a convertir en el México de los carteles, en la Colombia de Pablo Escobar, o El Salvador antes de Bukele. Además que todo lo nuestro últimamente no parece tener solución a la vista. El gobierno y los políticos de todos los tintes, ni siquiera manifiestan capacidad para hacer algo, sí, esmerada aptitud para deteriorar aún más.
No, el poder de verdad está en otra, es lento, se ejerce poco menos que a escondidas y, lo más grave, es de nadie. Que, para más, remite siempre a alguien en las sombras que no da la cara. Recordemos la ingeniosa treta que cuenta Homero de Ulises con Polifemo, en que el gigante de un ojo, convencido que Ulises haciéndose llamar outis (nadie o ningún hombre) lo emborrachó y encegueció, llama a sus vecinos para decirles que “Nadie” fue el malvado. A lo cual, ellos no le hacen caso, y lo dan por enloquecido.
Igual de aplicable el pronombre indeterminado a ese otro nadie que es como Hannah Arendt define a dicho conjunto gigante de personajillos anónimos: la burocracia. Y cuya expresión paradigmática máxima es ese siempre funcionario anodino -¿quién no ha tenido la experiencia kafkiana?- que deja esperando en el call center, o nos dice que vaya a la otra ventanilla, falta otro documento por llenar, y, tratándose de un gran proyecto minero, lo puede tardar, fácil, una década sin sus permisos ambientales. También la impresión que uno tiene leyendo el reciente reportaje de Pulso (LT 22-6) en que el periodista indaga cuántos funcionarios públicos emplea el Estado chileno, y se llega a la conclusión que no se sabe. Esto después que Mario Marcel, típico burócrata, dijera que no era la cantidad que decía el INE (1.214.315) ni sirva tampoco lo de la Dipres (844.934) por incompleto. Los márgenes de diferencia a favor de Hacienda y sus “cuentas felices”, convenientemente mañosas.
Que es lo que pasa con las universidades actuales, también convertidas en engendros colosales gracias a masificación de estudiantes (buena parte de los cuales no deberían haber sido aceptados) y crecientes números de administrativos a cargo de la inevitable minucia contable -mucha extraacadémica (minorías computadas) o de bajo nivel intelectual (publicaciones en revistas indexadas)- a fin de confeccionar las “cuentas del gran capitán” con que tanto gustan maquillarse para salir bien en los famosos rankings. Todo porque esa otra burocracia -los acreditadores- no sabe medir cualitativamente la enseñanza y producción de profesores y estudiantes de peso, prefiriéndose una media uniforme, no los mejores. En efecto, lo adivinó: los nadie.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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