Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Cascanueces y otros títeres
Para ser éste un gobierno de puños en alto, sin corbata, obseso con promover un “relato progresista” a contracorriente, debe resultar irritante comportarse de manera almidonada y conformista. Se imaginan lo que es inaugurar un árbol de pascua, como los de los mall comerciales, habiendo trepado antes hasta la copa de uno de esos “obsequiosos cipreses” del cementerio de los ricos de Punta Arenas. Una hazaña que, según la franja y la debida nota al pie a un Enrique Lihn mosqueado, equivalió poco menos que a escalar el Everest.
¿Cómo serán las carcajadas de los weichafes del Rey de los Ratones frente a esos muñecos de mazapán con sus coronas y lanzas en el frontis de La Moneda? Acordémonos de lo que se estilaba bajo Bachelet: el ballet completo de Tchaikovsky, mapping incluido, alumbrando el palacio en 2015, y la “Pequeña Gigante” paseándose por Santiago en busca del Rinoceronte el 2007. Feroz de frustrante debe resultarles ser ellos quienes manejan ahora los hilos del poder (se supone) y, sin embargo, tener que admitir que la Concertación y Nueva Mayoría coludidos con la derecha, hicieron soñar a tanta gente durante décadas con algo más que Fantasilandia.
Es que los roles se han invertido. El Teatro de Guiñol, que de ahí vienen estos títeres, muñecos y Polichinelas -estos últimos del siglo XVI y la Commedia dell’ arte mientras que los primeros de comienzos del XIX- se enorgullece de sus raíces populares y callejeras. Solía mofarse del orden y la ley, mientras que al resto no nos quedaba más que ser el blanco de todas las burlas. Pero, está visto que se ha producido una voltereta. De repente son los “cachiporras” (nombre con que se conocen a los guiñoles españoles) los que se han convertido en objetos de mofa, y vaya que bien hacen su parte (tan ineptos no son).
Razón de sobra tenía Walter Benjamin en hacer notar que el personaje que realmente importa en este tipo de espectáculos, no son los muñecos que salen en escena sino el oculto, el del guante con que maneja la pantomima, escribe el guión, pinta los decorados, emite las voces de cinco o seis personajillos del reparto. “Un buen titiritero es un déspota”, sostiene Benjamin, “frente al cual el propio Zar no llega ni a gendarme... el secreto del asunto está en dejar a la marioneta actuar a su capricho, en ceder ante su voluntad”. Tanto, que al público no le cuesta nada perderles todo respeto a los prohombres representados en este tipo de farsa; les parece que lo que hacen “lo puede hacer también cualquier marioneta”.
Pero, ¿y los “creativos” en qué están? ¿No se supone que no hay académico, artista, intelectual, escritor, “relatista”, que no sea de izquierdas? Se supone, pero quizá los muy ratones se dieron cuenta que, sigue esta gente a cargo, y puede que ni queso haya para repartir. Jo Jo Jo! Merry Christmas.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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