Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Chifladuras

CONVENCIÓN
FOTO : FRANCISCO PAREDES


Las histerias están a la orden del día. Aparecen encuestas que dan por hecho que no habrá suficientes votos para la Constitución, y el pánico arrasa. Desde dentro de la Convención la bancada cardenalicia informa que los ánimos se han caldeado, que rabias no dan tregua, y que mejor cuidemos las palabras, pues, “toda tempestad deja siempre escombros” (los clichés se perdonan). Lo que es fuera de ese conventillo, un ex Mapu y alto jerarca UP, hoy director de empresas capitalistas, confiesa que se siente “en rebeldía” porque le piden aprobar un “mamarracho” de Constitución y descarta el Rechazo aunque esté en la papeleta. Un confundido total. Lagos, por su parte, se las da de lobista dedicado a telefonear a cuanto convencional es dable “para que todos votemos Apruebo” (¿del 80/20% a un 100%?). Por último, un ex ministro DC se espanta que Fernando Savater afirme que “chalados ha habido siempre en el mundo, el problema es que hagan constituciones”, descalificación que según él atentaría en contra del “debate racional”, aun cuando Savater es filósofo y da en el clavo.

Chifladuras, o si usted prefiere, manías u obsesiones caprichosas vienen entronizándose en la CC desde la partida. Lo del aborto a todo dar los incrimina. No menos suicida, que se descarten equilibrios para así empoderar a una asamblea tribal tribunicia, el pensamiento clásico lo viene advirtiendo desde hace más de dos mil años. Llegan a eliminar la República, insisten en “refundarnos”, no solo políticamente, también culturalmente, forzando lenguajes y lógicas macarrónicas sin consenso, y no es que los constituyentes se hayan desquiciado sino que el país se habrá vuelto cómplice de un delirio generalizado.

Y eso que al final de cuentas nada asegura que una constitución llegue a servir. Las de 1980, 1925, y 1833, todas partían de la base que pueden dejar de funcionar, en cuyo defecto entran a operar o estados de excepción, o bien un Presidente-dictador mediante decretos, o los “garantes” que sabemos, a la espera que los llamen. La Constitución de Egaña (1823) era obvio que no iba a funcionar. Apenas creía en la institucionalidad, por eso agrega un Código Moral ortopédico que moldearía las costumbres, aunque tampoco funcionó. Engendro, éste, parecido a la Convención actual en sus beaterías, y entusiasmo por crear una constitución inútil.

De hecho, jamás un pueblo se ha vuelto libre gracias a una constitución: chaladura máxima. Otra cosa es que un pueblo ya libre de ideologías se sirva de una constitución para preservar libertades inmemoriales. En definitiva, la posibilidad de desfonde o anulación posterior nunca deja de estar presente. Esta vez será por inutilidad. Paciencia y a prepararse, entonces, que ya veremos cómo sucederá de nuevo la crisis. Seguro que a palos y con terror; no conocen otra manera.

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