Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: ¿Ciencia o cientificismo?

La ciencia sigue siendo el estado actual de conocimiento convencional aceptado mientras no lo falseen.
No acostumbro a referirme a los comentarios que se hacen a estas columnas en redes sociales o blogs, y no porque quiera fingir indiferencia, sino porque tienden a ser rabiosos y no dan en el blanco convincentemente. A menudo ni siquiera entienden lo que condenan. Por eso me gustaría volver atrás a una columna mía reciente, “La Piedra Filosofal” que generó un comentario no de mala onda sino ingenuo. Un facultativo me regañó que yo estimara la ciencia como una suerte de magia todavía cuando eso no sería más que patrañas. Apuntaba a que, si uno tiene amigdalitis, no hay que andarle buscando la quinta pata al gato, hay que tomarse el fármaco recetado sin pretender entender la bioquímica envuelta para que el antibiótico haga efecto. Vaya a la farmacia, pague (hacía referencia expresa al signo peso), con eso bastaría, sin tener que creerlo un embuste místico.
El problema con su respuesta es que yo no aludí a una enfermedad de tan poca monta como la amigdalitis (equivocó el diagnóstico mi samaritano galeno). Yo pensaba en enfermedades multicausales y multiconsecuenciales como el cáncer. En la columna me había referido, además, a Isaac Newton, un prodigio de la ciencia sin que ello le impidiera obsesionarse con la alquimia, aún más que con sus observaciones más prosaicas y cable a tierra sobre física. Lo que hacía que el asunto en cuestión fuese más complicado, no tan displicentemente descartable.
La alquimia podía hermanarlo con fuentes de conocimiento perdido, culs-de-sac críptico-laberínticos que pudieran llevarlo a dar con la eterna juventud o aleaciones minerales imposibles. Bastante más poéticas y espirituales que el mero chiripazo que significó que le cayera la manzana en la cabeza. ¿Mera observación versus especulación etérea: cuál podía parecer más noble? De hecho, seguimos estando no tan distantes de las cavernas en método científico. ¿Cuántos de nuestros aciertos precisan del a la larga siempre infalible ensayo y error? El éxito de las quimios sigue dependiendo de quienes las sufren -algunos las soportan, otros no-, casuística inescrutable. Y ni digamos los efectos colaterales que aún se tratan con recetas caseras de abuelas, ungüentos, aceites y hierbas exóticas. Menos onerosos que la tecnología y marketing que siguen profitando a destajo tildándose de “ciencia” y alentando el negocio de seguros, lo más cercano a mesas de juego en casinos que se haya inventado.
La ciencia sigue siendo el estado actual de conocimiento convencional aceptado mientras no lo falseen. No tiene nada de definitivo como para uno tener que rendirse extasiado ante altares enchapados en oro que se los hubiesen querido los alquimistas. Dejémonos de beaterías cientificistas. Se sigue sabiendo tan poco como Sócrates reconociera no saber. Él, sí que sabio y humanista, entonces y ahora.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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