Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Dale con Gabriela Mistral
Sobran las razones para desestimar una tan mala idea. Esto de resucitar a Gabriela Mistral, acarrearla a la fuerza, llevarla a ese páramo en que han convertido a la Plaza Italia -campo de marte de la Primera Línea vandálica-, y hacer que ella haga de portaestandarte, guaripola de un “encuentro entre chilenos”. Es que es increíble: después de cuanto capricho en querer dividirnos, hinchan ahora de que no habría nadie mejor que la Mistral como hada madrina para validar semejante milagro.
Lo que es no entender nada, y menos de poesía. Para empezar, la Mistral desconfiaba de estatuas y santurronerías, es cosa de leerla. Mujer viajada, les saca en cara al Viejo y al Nuevo Mundo su aturdimiento y necedad, la debilidad por “grandes hombres”, la obsesión con el mármol y bronce “desperdiciados en esperpentos”. Tampoco ayuda, según ella, la autoridad pública, “compadrera”, provinciana: “el monigote de alguna manera es ornato de la ciudad chiquita”. Y en cuanto a la imagen de auténtica devoción, tiene un punto: “no la busque en los museos,/ no la busque en las estatuas,/ en los altares y templos”, bájelo de su cruz y tormento, que allí se encontrará con el Nazareno.
Súmenle que su relación con Chile fue siempre problemática, y aunque entrañable su cariño por el país, tuvo motivos para mantenerse a sana distancia. Independientemente de su imponente porte físico, como que se resiste a que se la monumentalice. Impresiona más en fotografías; en la página impresa, su poesía y prosa simplemente maravillan. Si hasta aún espera una gran escultora o escultor, que los hubo en su época, todavía ella viva. Seguramente sabían lo que dijera en una ocasión, que los escultores serios se resisten a esculpir obras a la orden, “temen su ‘jetatura’, saben la indiferencia de la masa”.
Su asociación política y con el oficialismo le ha además reportado un sinfín de fracasos. Pienso en quienes insisten en hacerla pasar por freísta y tomicista; para qué decir, lo del edificio de la UNCTAD con que quiso homenajearla la UP y que la dictadura terminó llamando Diego Portales; o bien, el haberle prestado ropaje a esa porquería de editorial con que los militares legitimaron su reemplazo de Quimantú; o el GAM ahora último, “punto de encuentro” del progresismo transfigurado en antro grafitero post 18-0; y lo de una universidad privada que además de llevar su nombre, acaba de demoler su antigua sede, y vuelto el sitio gigante en un complejo inmobiliario más lucrativo, lleno de grúas.
Supongo que lo que se quiere hacer en Plaza Italia es eliminar héroes y elevar a los altares a víctimas, para lo cual la Mistral ofrece su supuesta sexualidad no convencional, y ser mujer. Si esas son las razones que los inspiran es que no saben apreciar de lo mejor que se ha producido en este país. Banalizan. Déjenla en paz.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador