Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Derrotas sin renuncia
Todas las fuerzas que pugnan por el poder en Chile comparten un rasgo común: no reconocen derrotas ni los motivos que las hicieron fracasar. Como además todas han gobernado en algún momento, y la amnesia se apodera de entendimientos anquilosados, a nadie se responsabiliza. En el fondo, no se deponen las armas, y a quien no se rinde, no se le vence, aunque siga errado.
De ahí que el PC insista en la incondicionalidad del “Programa” y en la “Unidad”-como si estuviésemos todavía bajo la UP- sirviéndoles entonces de nada (y por verse si ahora); la izquierda catetee que Allende vive, aunque alguna vez lo dieron por acribillado; y el Frente Amplio se satisfaga con ser una pura federación estudiantil infantil. Mientras al otro lado, la derecha piñerista sigue felicitándose por habérseles ocurrido la supuesta genialidad del 15-N. A lo cual llaman “moderación”, como también el que socialistas y ex-mapus desde hace décadas concuerden con el empresariado que nuestros líos son económicos, no políticos. Si incluso no falta el trasnochado que echa de menos a la DC e insta ir a la caza del voto “socialcristiano” como si todavía existiera. Nada de raro, Roberto Campos (“el profesor del torniquete”) sigue siendo un antisocial, pero a ningún medio periodístico parece interesarle lo clave: si este poseído por la furia continúa haciendo clases.
La porfía hace rato que persiste. La ex Concertación aún no acepta que la remataran en 2013, y pretende llevar al actual gobierno a su redil. Ello sin perjuicio que nuestros problemas se remontan a esos 30 años, gusto también de la derecha consensuada, para nada de los mejores de nuestra historia. De entonces data que no se pueda entrar a ciertas poblaciones porque las manejan mafias (similar en eso La Araucanía), la secundaria pública sea un agujero negro, las universidades públicas se convirtieran en un antro de concientización, el modelo económico conduzca a sociedades nihilistas y desarticuladas, los partidos se corrompan en el poder, lo cuoteen, el país no sea de clase media como ensalzan, sino que lo que a menudo pasa por clase media resulta ser pobreza y, por último, ya que engendraron al Frente Amplio, háganse cargo del huevo de la serpiente que instalaron.
La otra gran porfía es el presidencialismo que la Comisión Experta decidió ratificar (decretando que nuestra “cultura” es presidencial, lo que no es cierto entre 1860 y 1920), y por más que se diga que no existen constituciones no presidencialistas, igual termina surgiendo una práctica parlamentaria propicia (1860-1920) u, otras veces, nefasta (lo vemos hoy). Es decir, se rehúye solucionar el defecto por vía constitucional, y se permitirá que gobiernos ineptos dispongan de un Estado poderosísimo con 30% de apoyo o menos y continuará el jaleo congresista. El problema es político.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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