Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: El borrador
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
¡Qué fastidiosos son los borradores! Dan ganas de mandarlos a la papelera y comenzar todo de nuevo, pero, como algo en ellos siempre pareciera porfiar, no se les despacha así nomás. Guardan huellas, a modo de palimpsestos, ruinas de un cuanto hay que tal vez merezca ser preservado. Aunque, tratándose de ideas propias a medio camino, mal hilvanadas, peor pensadas, chantadas, cuesta admitir que son intentos fallidos. Por ningún motivo vaya a confundirlos con dibujos, bocetos o croquis, útiles para obras mayores, cuando no obras maestras por sí solas. Cuestión que jamás ocurre con borradores.
Y, pensar que nuestra Convención Constitucional no ha sido capaz de producir otra cosa que un borrador que seguramente continuará siéndolo, incluso si le meten mano. La Comisión de Armonización cree que corrigiendo errores, incoherencias y repeticiones, o “fusionando”, puede reducir en 127 los 499 artículos. ¿Por qué no en 300?, si no es cuestión de maquillar. Desde la misma Convención, Squella urge que universidades hagan glosarios porque no todo el mundo sabe de qué se habla en el texto (quizá ni ellos mismos). Otros han dicho que se lee como un programa de gobierno. A mí me parece una suerte de manifiesto que, de ser rechazado (que lo dudo), servirá de agenda activista para los próximos treinta años.
Para abogados, legisladores y jueces va a ser un quebradero de cabeza permanente. Como nunca, la “textura abierta del derecho” a la que apunta H. L. A. Hart va a constatarse. Más de 60 artículos remiten a leyes complementarias aún por confeccionar. Ni certidumbre jurídica ni costos financieros eventuales han importado un ápice en este ofertón. Inevitablemente, si logran aterrizarse derechos, jibarizando expectativas a fin de evitar más caos, lo probable es que cantidades de partidarios del Apruebo se sientan traicionados. Bien caro va a resultar el gusto éste de prescindir de conocimiento fundado y haberse obsesionado con lo que se quiere, más que con lo que se puede. Es tal la sensación que esta supuesta Constitución es un borrador inviable que se habla de reformarla de inmediato después que se plebiscite, o la actual ¡ya!
En una de éstas el propósito ha sido que no funcione, y se despeje el camino para gobernar en serio, dictatorialmente, vía decretos. Cualquiera que sea el empeño, siempre es posible que se llegue a esa perfección que es no tener Constitución. Son sabios los ingleses, se han ahorrado la pésima idea de escribirla y terminar en tablas con un mero borrador. Nunca han sufrido “preámbulos”, ni se las han visto con miembros de la Academia Chilena de la Lengua expectantes con que el lenguaje de la nueva Carta los emocione (“Soñamos con aprender algunos de sus artículos de memoria” según Adriana Valdés). Precavidos los ingleses, tampoco tienen academias de la lengua.