Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: El poder de la opinión
Nos puede parecer lo más natural decir que Chile “quiere”, “exige”, o “puede” si antes además se ha insistido con no poca majadería que “cambió”. Algo así fue como en la noche del domingo José Antonio Kast autoproclamó su aplastante triunfo: “Chile ha derrotado, no nosotros [los republicanos], un gobierno fracasado”. Suele hablarse de ese modo, aunque no suene racional. Atribuir a cosas inanimadas o abstractas rasgos humanos en el mejor de los casos es prosopopeya o poesía y, en el peor, burda propaganda. Pero, claro, lo dejamos pasar. Las luchas electorales-sostiene Habermas-no pretenden ser disputas entre opiniones fundadas propiamente públicas. A lo que apuntan es crear y posesionarse de “climas de opinión”, para luego, vía aclamación plebiscitaria (¿SÍ o NO?), intentar resolver lo que está en juego. Gane quien gane, al final “gana Chile” (“winner-take-all”), o mejor dicho, se hacen de Chile retóricamente para hablar en su nombre, lo cual confunde a muchos de por sí confundidos.
¿Cuánto durará el bluf esta vez? Nuestra ciudadanía votando es errática. En solo dos años puede saltar de 80%-20% humillando a la derecha (2020), a 62%-38% (2022) y de nuevo en 2023 en dirección diametralmente opuesta aplanando al progresismo. Es decir, los triunfos no aseguran nada, menos si nulos y blancos suben, y aun con obligatoriedad la abstención sigue siendo considerable, cuestión que tiene al sistema alarmado aunque jamás lo reconocerán. Apenas un puñado de países en el mundo, varios sudamericanos no muy serios políticamente, conminan a tener que votar. Con todo, un poco menos de 5 millones y medio de chilenos no están ni ahí (abstención + blancos + nulos). ¿Hemos de inferir, por tanto, que estamos ante meras fuerzas de choque que pugnan por hablar por un Chile desquiciado que sufre un trastorno de identidad disociativo, presta adhesión a lo sumo momentáneamente, o simplemente no es de fiar?
La raíz de este entuerto es rousseauniana-jacobina, mezcla insólita, liberal, por lo mismo que contraria al absolutismo, pero que insufla un sentido aún más absolutista en reemplazo, que llaman voluntad popular, supuestamente inalienable, infalible y total. Quien rehúya obedecerla “se le forzará a ser libre” (Contrato Social, I, vii), de ahí que compelan a votar por una de las penosas alternativas que atinan a ofrecer, u “off with your head”. Y todo ello en un ambiente partisano en que no cabe sino purgar al enemigo interno para así lograr una unidad nacional incólume. Después de todo solo el pueblo, al que se le tiene por incorrupto, sabe qué quiere.
¿Sabe o dicen qué es lo que quiere, exige y puede en un clima artificial de opinión en que se reclaman totalidades que nunca han existido, aun cuando tendencias mediático ideológicas las hacen aparecer fugazmente como imbatibles por un rato?
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador